Enseñar y curar
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Miles necesitan y recibirían gustosos instrucción acerca de los
métodos sencillos de tratar a los enfermos, métodos que están en
vías de substituir el uso de drogas venenosas. Se nota gran falta de
instrucción respecto a la reforma dietética. A los malos hábitos en el
comer y al consumo de manjares malsanos se debe gran parte de la
intemperancia, los crímenes y la miseria que azotan al mundo.
Al enseñar los principios que rigen la salud, téngase presente el
gran objeto de la reforma, que es obtener el mayor desenvolvimiento
del cuerpo, la mente y el espíritu. Demuéstrese que las leyes de la
naturaleza, por ser leyes de Dios, fueron establecidas para nuestro
bien; que la obediencia a ellas favorece la felicidad en esta vida, y
contribuye a preparar para la vida futura.
Indúzcase a la gente a que estudie la manifestación del amor de
Dios y de su sabiduría en las obras de la naturaleza. Indúzcasela a
que estudie el maravilloso organismo del cuerpo humano y las leyes
que lo rigen. Los que disciernen las pruebas del amor de Dios, que
entienden algo de la sabiduría y el buen propósito de sus leyes, así
como de los resultados de la obediencia, llegarán a considerar sus
deberes y obligaciones desde un punto de vista muy diferente. En
vez de ver en la observancia de las leyes de la salud un sacrificio y un
renunciamiento, la tendrán por lo que es en realidad: un inapreciable
beneficio.
Todo obrero evangélico debe comprender que la enseñanza de
los principios que rigen la salud forma parte de la tarea que se le ha
señalado. Esta obra es muy necesaria y el mundo la espera.
En todas partes hay tendencia a reemplazar el esfuerzo indivi-
dual por la obra de las organizaciones. La sabiduría humana tiende
a la consolidación, a la centralización, a crear grandes iglesias e
instituciones. Muchos dejan a las instituciones y organizaciones la
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tarea de practicar la beneficencia; se eximen del contacto con el
mundo, y sus corazones se enfrían. Se absorben en sí mismos y se
incapacitan para recibir impresiones. El amor a Dios y a los hombres
desaparece de su alma.
Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, que
no se puede delegar. La atención a los enfermos y a los pobres y
la predicación del Evangelio a los perdidos, no deben dejarse al
cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El Evangelio exige
responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal.