Enseñar y curar
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pierde su poder vivificante, su fuerza curativa. Su beneficio no puede
conservarse sino compartiéndolo.
Hay que romper la monotonía de nuestro servicio a Dios. Todo
miembro de la iglesia debe empeñarse en alguna manera de servir
al Maestro. Unos no pueden hacer tanto como otros, pero todos
deben esforzarse cuanto les sea posible por hacer retroceder la ola
de enfermedad y angustia que azota al mundo. Muchos trabajarían
con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan instrucción y
aliento.
Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos.
Sus miembros deberían aprender a dar estudios bíblicos, a dirigir y
enseñar clases en las escuelas sabáticas, a auxiliar al pobre y cuidar al
enfermo, y trabajar en pro de los inconversos. Debería haber escuelas
de higiene, clases culinarias y para varios ramos de la obra caritativa
cristiana. Debería haber no sólo enseñanza teórica, sino también
trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados.
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Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al
unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más
que muchos preceptos.
Cultiven todos sus facultades físicas y mentales en cuanto les sea
posible, para trabajar por Dios doquiera su providencia los llame. La
misma gracia que de Cristo descendió sobre Pablo y Apolos, y que
los hizo notables por sus cualidades espirituales será comunicada
hoy a los misioneros cristianos abnegados. Dios quiere que sus
hijos tengan inteligencia y conocimiento, para que con inequívoca
claridad y gran poder se manifieste su gloria en nuestro mundo.
Los obreros educados y consagrados a Dios pueden servir de
una manera más variada y realizar una obra más extensa que los
indoctos. La disciplina mental les da mucha ventaja. Pero los que
no tienen mucho talento ni vasta ilustración, pueden, no obstante,
trabajar provechosamente para otros. Dios quiere valerse de los
que están dispuestos a servirle. No es la obra de los más brillantes
ni de los más talentosos la que da los mayores resultados ni los
más duraderos. Se necesitan hombres y mujeres que hayan oído
el mensaje del Cielo. Los más eficientes son los que responden al
llamamiento: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí.”
Mateo 11:29
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