Para elevar al más pecador, 20 de abril
Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y
da gracia a los humildes.
Santiago 4:6
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María había sido considerada como una gran pecadora, pero Cristo
conocía las circunstancias que habían formado su vida. El hubiera podido
extinguir toda chispa de esperanza en su alma, pero no lo hizo. Era él quien
la había librado de la desesperación y la ruina. Siete veces ella había oído
la reprensión que Cristo hiciera a los demonios que dirigían su corazón
y mente. Había oído su intenso clamor al Padre en su favor. Sabía cuán
ofensivo es el pecado para su inmaculada pureza, y con su poder ella había
vencido.
Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en
María aptitudes para lo bueno. Vio los rasgos mejores de su carácter. El plan
de la redención ha investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en
María estas posibilidades debían realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser
participante de la naturaleza divina. Aquella que había caído, y cuya mente
había sido habitación de demonios, fue puesta en estrecho compañerismo y
ministerio con el Salvador. Fue María la que se sentaba a sus pies y aprendía
de él. Fue María la que derramó sobre su cabeza el precioso ungüento, y
bañó sus pies con sus lágrimas. María estuvo junto a la cruz y le siguió
hasta el sepulcro. María fue la primera en ir a la tumba después de su
resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado.
Jesús conoce las circunstancias que rodean a cada alma. Tú puedes
decir: Soy pecador, muy pecador. Puedes serlo; pero cuanto peor seas,
tanto más necesitas a Jesús. El no se aparta de ninguno que llora contrito...
Ordena a toda alma temblorosa que cobre aliento. Perdonará libremente a
todo aquel que acuda a él en busca de perdón y restauración...
A las almas que se vuelven a él en procura de refugio, Jesús las eleva por
encima de las acusaciones y contiendas de las lenguas. Ningún hombre ni
ángel malo puede acusar a estas almas. Cristo las une a su propia naturaleza
divino-humana.—
El Deseado de Todas las Gentes, 521, 522
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