Página 146 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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La dádiva del perdón, 11 de mayo
Tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y
grande en misericordia, porque no los abandonaste.
Nehemías 9:17
.
La justicia demanda que el pecado no sea meramente perdonado, sino
que debe ejecutarse la pena de muerte. Dios, en la dádiva de su Hijo
unigénito, cumplió esos dos requerimientos. Al morir en lugar del hombre,
Cristo agotó el castigo y proporcionó el perdón.—
Mensajes Selectos 1:399
.
Dios requiere que confesemos nuestros pecados y humillemos nuestro
corazón ante él. Pero al mismo tiempo debiéramos tenerle confianza como a
un Padre tierno que no abandonará a aquellos que ponen su confianza en él...
Dios no nos abandona debido a nuestros pecados. Quizá hayamos cometido
errores y contristado a su Espíritu, pero cuando nos arrepentimos y vamos
a él con corazón contrito, no nos desdeña. Hay estorbos que deben ser
retirados. Se han fomentado sentimientos equivocados y ha habido orgullo,
suficiencia propia, impaciencia y murmuraciones. Todo esto nos separa de
Dios. Deben confesarse los pecados; debe haber una obra más profunda de
la gracia en el corazón...
Debemos aprender en la escuela de Cristo. Sólo su justicia puede darnos
derecho a una de las bendiciones del pacto de la gracia... Miramos a nuestro
yo como si tuviéramos poder para salvarnos a nosotros mismos, pero Jesús
murió por nosotros porque somos impotentes para hacer eso. En él están
nuestra esperanza, nuestra justificación, nuestra justicia...
Jesús es nuestro único Salvador, y aunque millones que necesitan ser
curados rechacen su misericordia ofrecida, nadie que confía en sus méritos
será abandonado para perecer...
Quizá os parezca que sois pecadores y estáis perdidos, pero precisamen-
te por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis
tiempo. Los momentos son de oro. “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan 1:9
. Serán saciados los que tienen hambre y sed de justicia, pues
Jesús lo ha prometido. ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos pa-
ra recibirnos, y su gran corazón de amor espera para bendecirnos.—
Ibid.
411-414
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