Página 177 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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La desaprobación del padre, 10 de junio
Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas.
Lucas 22:53
.
Mientras el Hijo de Dios se postraba en actitud de oración en el huerto
de Getsemaní, a causa de la agonía de su espíritu brotó de sus poros sudor
como grandes gotas de sangre. Allí fue donde le rodeó el horror de densas
tinieblas. Pesaban sobre él los pecados del mundo. Sufría en lugar del
hombre, como transgresor de la ley de su Padre. Allí se produjo la escena de
la tentación. La divina luz de Dios desapareció de su vista y él pasó a manos
de las potestades de las tinieblas. En su angustia mental cayó postrado sobre
las frías piedras. Se percataba del ceño de su Padre. Había desviado la copa
del sufrimiento de los labios del hombre culpable y se proponía beberla él
mismo, para dar al hombre en cambio la copa de la bendición. La ira que
habría recaído sobre el hombre recayó en ese momento sobre Cristo. Allí
fue donde la copa misteriosa tembló en su mano.
Jesús había acudido a menudo a Getsemaní con sus discípulos a orar...
Nunca antes había visitado este lugar el Salvador con un corazón tan apesa-
dumbrado. Lo que rehuía el Hijo de Dios no era el sufrimiento corporal...
Le abrumaban los pecados de un mundo perdido. Comprendiendo el enojo
de su Padre como consecuencia del pecado, desgarraba su corazón una
agonía intensa y hacía brotar de su frente grandes gotas de sangre...
Podemos apreciar apenas débilmente la angustia inenarrable que sintió
el amado Hijo de Dios en Getsemaní, al comprender que se había separado
de Dios al llevar el pecado del hombre. El fue hecho pecado por la especie
caída. La sensación de que se apartaba de él el amor de su Padre, arrancó
de su alma angustiada estas dolorosas palabras: “Mi alma está muy triste,
hasta la muerte”.
Mateo 26:38
...
El divino Hijo de Dios desmayaba y se moría. El Padre envió a un
mensajero de su presencia para que fortaleciera al divino Doliente, y le
ayudara a pisar la senda ensangrentada. Si los mortales hubiesen podido
ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar en silencio cómo
el Padre separaba sus rayos de luz, su amor y gloria, del amado Hijo de
su seno, comprenderían mejor cuán ofensivo es el pecado a la vista de
Dios.—
Joyas de los Testimonios 1:220, 221, 223
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