Página 178 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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¿Abandonado por su padre? 11 de junio
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Mateo 27:46
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Por un beso [Jesús] fue... entregado en manos de sus enemigos y llevado
apresuradamente al tribunal terreno... La hueste angélica contempló con
admiración y pesar a Aquel que había sido la Majestad del cielo y que había
llevado la corona de gloria, y ahora soportaba la corona de espinas, víctima
sangrante de la ira de una turba enfurecida, inflamada de insana locura
por la ira de Satanás. ¡Contemplemos al paciente y dolorido! Las espinas
coronan su cabeza. Su sangre fluye de las venas laceradas...
¡He aquí al opresor y al oprimido! Una vasta multitud rodea al Salvador
del mundo. Las burlas y los escarnios se mezclan con maldiciones y blasfe-
mias... Sobre los hombros de Cristo, el precioso Hijo de Dios, se puso la
cruz. Cada paso de Jesús quedaba marcado por la sangre que fluía de sus
heridas. Rodeado por una inmensa muchedumbre de acerbos enemigos y
espectadores insensibles, se lo condujo a la crucifixión... Lo vieron clavado
en la cruz, colgado entre los cielos y la tierra... El glorioso Redentor del
mundo perdido sufría la penalidad que merecía la transgresión de la ley del
Padre, que había cometido el hombre. Estaba por redimir a su pueblo con
su propia sangre...
¡Oh! ¿Hubo alguna vez sufrimiento y pesar como el que soportó el
Salvador moribundo? Lo que hizo tan amarga su copa fue la comprensión
del desagrado de su Padre. No fue el sufrimiento corporal lo que acabó tan
prestamente con la vida de Cristo en la cruz. Fue el peso abrumador de los
pecados del mundo y la sensación de la ira de su Padre. La gloria de Dios y
su presencia sostenedora le habían abandonado; la desesperación le aplasta-
ba con su peso tenebroso, y arrancó de sus labios pálidos y temblorosos el
grito angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”...
En su agonía mortal, mientras entregaba su preciosa vida, tuvo que
confiar por la fe solamente en Aquel a quien había obedecido con gozo...
Mientras se lo denegaba hasta la brillante esperanza y confianza en el
triunfo que obtendría en lo futuro, exclamó con fuerte voz: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”.
Lucas 23:46
.—
Joyas de los Testimonios
1:223-227
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