El poder del espíritu, 3 de julio
He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero
quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos
de poder desde lo alto.
Lucas 24:49
.
La presencia visible de Cristo estaba por serles quitada a los discípulos,
pero iban a recibir una nueva dotación de poder. Iba a serles dado el Espíritu
Santo en su plenitud, el cual los sellaría para su obra.—
Los Hechos de los
Apóstoles, 25
.
En obediencia a la orden de Cristo, aguardaron en Jerusalén la promesa
del Padre, el derramamiento del Espíritu. No aguardaron ociosos. El relato
dice que estaban “de continuo en el templo, alabando y bendiciendo a Dios”.
También se reunieron para presentar sus pedidos al Padre en el nombre de
Jesús... Extendían más y más la mano de la fe, con el poderoso argumento:
“Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además
está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”.
Romanos
8:34
...
Los discípulos oraron con intenso fervor pidiendo capacidad para en-
contrarse con los hombres, y en su trato diario hablar palabras que pudieran
guiar a los pecadores a Cristo. Poniendo aparte toda diferencia, todo de-
seo de supremacía, se unieron en estrecho compañerismo cristiano. Se
acercaron más y más a Dios...
Estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del
corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor
por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar
almas. No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados
por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el Evangelio había de
proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido.
Durante la era patriarcal, la influencia del Espíritu Santo se había re-
velado a menudo en forma señalada, pero nunca en su plenitud. Ahora, en
obediencia a la palabra del Salvador, los discípulos ofrecieron sus súplicas
por este don, y en el cielo Cristo añadió su intercesión. Reclamó el don del
Espíritu, para poderlo derramar sobre su pueblo.—
Ibid. 29-31
.
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