Página 203 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Pentecostés, 4 de julio
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y
de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados.
Hechos
2:1, 2
.
Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una
plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con poder a su
iglesia. Era como si durante siglos esta influencia hubiera estado restringida,
y ahora el Cielo se regocijara en poder derramar sobre la iglesia las riquezas
de la gracia del Espíritu. Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de
arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el per-
dón de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía. Todo
el Cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable
e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los apóstoles exclamaron:
“En esto consiste el amor”. Se asieron del don impartido. ¿Y qué siguió?
La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos
del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en
un día...
La ascensión de Cristo al cielo fue la señal de que sus seguidores iban
a recibir la bendición prometida. Habían de esperarla antes de empezar
a hacer su obra. Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue en-
tronizado en medio de la adoración de los ángeles. Tan pronto como esta
ceremonia hubo terminado, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos
en abundantes raudales, y Cristo fue de veras glorificado con la misma
gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad. El derrama-
miento pentecostal era la comunicación del Cielo de que el Redentor había
iniciado su ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado
el Espíritu Santo del cielo a sus seguidores como prueba de que, como
sacerdote y rey, había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y era
el Ungido sobre su pueblo.—
Los Hechos de los Apóstoles, 31, 32
.
Dios está dispuesto a darnos una bendición similar cuando la pedimos
fervientemente. El Señor no clausuró el almacén del cielo después de
derramar su Espíritu sobre los primeros discípulos.—
The S.D.A. Bible
Commentary 6:1055
[194]
—M. G. de D.
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