Página 204 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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La función del espíritu, 5 de julio
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de
juicio.
Juan 16:8
.
El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sa-
crificio de Cristo habría sido inútil. El poder del mal se había estado for-
taleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio
satánico era asombrosa. El pecado podía ser resistido y vencido únicamente
por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba
a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El
Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del
mundo. Por el Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el
creyente partícipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu como
poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y
cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia.—
El Deseado de
Todas las Gentes, 625
.
Mientras nos entregamos como instrumentos para la operación del
Espíritu Santo, la gracia de Dios trabajará en nosotros sojuzgando las viejas
inclinaciones, venciendo las propensiones poderosas y formando nuevos
hábitos.—
Palabras de Vida del Gran Maestro, 333
.
El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivifica todas sus facultades.
Bajo la dirección del Espíritu Santo, la mente, consagrada sin reservas a
Dios, se desarrolla armoniosamente, y queda fortalecida para comprender y
cumplir lo que Dios requiere. El carácter débil y vacilante se vuelve fuerte
y firme...
Es el Espíritu el que hace resplandecer en las mentes entenebrecidas
los brillantes rayos del Sol de justicia; el que hace arder el corazón de los
hombres dentro de sí mismos con la recién despertada comprensión de las
verdades de la eternidad; el que presenta a la mente la gran norma de justicia,
y convence de pecado; el que inspira fe en el Único que puede salvar del
pecado; el que obra para transformar el carácter retirando los afectos de los
hombres de aquellas cosas que son temporales y perecederas, y fijándolos
en la herencia eterna. El Espíritu crea de nuevo, refina y santifica a los seres
humanos, preparándolos para ser miembros de la familia real, hijos del Rey
celestial.—
Obreros Evangélicos, 302-304
.
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