Una fuerza refinadora y santificadora, 14 de julio
Yo Jehová que los santifico.
Levítico 22:9
.
Sólo Aquel que creó al hombre puede producir un cambio en el corazón
humano... El juicio humano y las ideas de los más experimentados son
pasibles de ser imperfectos, y el frágil instrumento, sujeto a sus propios
rasgos de carácter hereditarios, necesita someterse a la santificación del
Espíritu Santo cada día, pues en caso contrario el yo tomará las riendas e
imprimirá la dirección.—
Testimonies for the Church 6:167
.
Una mente formada solamente por la ciencia del mundo es incapaz de
comprender las cosas de Dios. Mas la misma mente, convertida y santificada,
verá la potencia de Dios en su Palabra. Solamente el corazón y la mente
purificados por la santificación que da el Espíritu, pueden discernir las cosas
celestiales.—
Joyas de los Testimonios 3:278
.
Un padre terrenal no le puede dar a su hijo un carácter santificado.
No puede transferirle su propio carácter. Sólo Dios puede transmitírnoslo.
Cristo sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Tomad el Espíritu Santo”.
Juan 20:22
. Este es el gran don del cielo. Cristo les impartió su propia
santificación mediante el Espíritu. Los embebió con su poder para que
pudieran ganar almas para el Evangelio. En adelante Cristo viviría a través
de sus facultades, y hablaría a través de sus palabras... Debían apreciar sus
principios y permitir que su Espíritu los dirigiera. En ese caso no seguirían
más sus propios caminos ni hablarían sus propias palabras. Las que habla-
ran, procederían de un corazón santificado, y de labios santificados.—
Hijos
e Hijas de Dios, 296
.
Necesitamos la influencia suavizadora, subyugante, refinadora del Es-
píritu Santo, que modele nuestro carácter, y que traiga todo pensamiento
en cautiverio a Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vencer,
quien nos guía a sentarnos a los pies de Cristo, como hizo María, y aprender
su mansedumbre y humildad de corazón. Necesitamos ser santificados por
el Espíritu Santo en toda hora del día, para que no seamos entrampados por
el enemigo, y nuestras almas sean puestas en peligro.—
Testimonios para
los Ministros, 225
.
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