Página 234 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Renovación del corazón, 3 de agosto
Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.
Efesios 4:23,
24
.
Cristo reprendía fielmente... Su misma presencia era un reproche para
todo lo falso y bajo. A la luz de su pureza, los hombres veían que eran
impuros, y que el blanco de su vida era despreciable y falso. Sin embar-
go, él los atraía. El que había creado al hombre, apreciaba el valor de la
humanidad.—
La Educación, 75
.
Todos los defectos de carácter se originan en el corazón. El orgullo, la
vanidad, el mal genio y la codicia proceden del corazón carnal que no ha
sido renovado por la gracia de Cristo.—
Nuestra Elevada Vocación, 338
.
La gracia de Dios obra por la renovación para transformar la vida. No
basta un mero cambio externo para ponernos en armonía con Dios. Hay
muchos que tratan de reformarse corrigiendo este mal hábito o aquel otro,
y esperan de este modo llegar a ser cristianos, pero están comenzando por
mal lugar. Nuestra obra comienza con el corazón...
Las Escrituras son el gran instrumento en la transformación del carácter.
Cristo oró: “Santifícalos en tu verdad; tu Palabra es verdad”.
Juan 17:17
. Si
se la estudia y obedece, la Palabra de Dios obra en el corazón, sometiendo
toda característica no santificada. El Espíritu Santo desciende para conven-
cernos de pecado, y la fe que surge en el corazón obra por medio del amor
de Cristo conformándonos en cuerpo, alma y espíritu a su voluntad...
No nos escatimemos a nosotros mismos, por lo contrario, realicemos
con fervor la obra de reforma que debe ser hecha en nuestras vidas. Cru-
cifiquemos el yo. Los hábitos impíos pueden pretender que se les dé el
dominio, pero en el nombre de Jesús y en virtud de su fuerza podemos ven-
cer. A aquel que diariamente trata de guardar su corazón con toda diligencia
se le da la promesa: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados,
ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro”.
Romanos 8:38, 39
.—
The Review and Herald,
7 de julio de 1904
.
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