Página 270 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Para disciplinar la mente, 7 de septiembre
En tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y
el dar poder a todos.
1 Crónicas 29:12
.
La mente está constituida de tal manera, que debe estar ocupada ya sea
con lo bueno o con lo malo. Si llega a un nivel bajo, se debe generalmente a
que se le permite ocuparse de cosas comunes... El hombre tiene la facultad
de regular y manejar la actividad de la mente, e imprimirle dirección al
flujo de sus pensamientos. Pero esto requiere un esfuerzo mayor del que
podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Debemos fijar nuestra mente
en Dios, si queremos tener pensamientos rectos y asuntos convenientes para
meditar.
Pocos se dan cuenta de que deben ejercer control sobre sus pensamien-
tos y su imaginación. Resulta difícil lograr que la mente indisciplinada se
concentre en temas provechosos. Pero si no se emplean debidamente los
pensamientos, la religión no puede florecer en el alma. La mente debe preo-
cuparse de cosas sagradas y eternas, de lo contrario albergará pensamientos
superficiales y sin valor. Deben someterse a disciplina tanto las facultades
intelectuales como las morales, y se fortalecerán y progresarán gracias al
ejercicio.
Para comprender correctamente esta cuestión, debemos recordar que
nuestros corazones son naturalmente depravados, y que somos incapaces
por nosotros mismos de seguir una conducta correcta. Solamente por la
gracia de Dios, combinada con los esfuerzos más fervientes de nuestra
parte, podemos obtener la victoria...
El intelecto, tanto como el corazón, deben consagrarse al servicio de
Dios. El tiene derecho a todo lo que hay en nosotros...
La búsqueda del placer, la frivolidad, y la disipación mental y moral es-
tán invadiendo al mundo con su influencia desmoralizadora. Cada cristiano
debiera trabajar para contener la marea de mal, y salvar a nuestra juventud
de las influencias que podrían arrastrarla a la ruina. ¡Que el Señor nos ayude
a marchar firmemente contra la corriente!—
The Review and Herald, 4 de
enero de 1881
.
Sin el poder de la gracia y el Espíritu de Dios, no podemos alcanzar la
elevada norma que él ha colocado delante de nosotros.—
A Fin de Conocerle,
87
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