Página 285 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Para la carrera de la vida, 22 de septiembre
Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe.
Hebreos 12:1, 2
.
La envidia, la malicia, los malos pensamientos, las malas palabras, la
codicia: éstos son pesos que el cristiano debe deponer para correr con éxito
la carrera de la inmortalidad. Todo hábito o práctica que conduce al pecado
o deshonra a Cristo, debe abandonarse, cualquiera que sea el sacrificio. La
bendición del cielo no puede descender sobre ningún hombre que viola los
eternos principios de la justicia...
Los competidores de los antiguos juegos, después de haberse sometido
a la renuncia personal y a rígida disciplina, no estaban todavía seguros de la
victoria... Por ansiosa y fervientemente que se esforzaran los corredores, el
premio se adjudicaba a uno solo. Una sola mano podía tomar la codiciada
guirnalda. Alguno podía empeñar el mayor esfuerzo por obtener el premio,
pero cuando estaba por extender la mano para tomarlo, otro, un instante
antes que él, podía llevarse el codiciado tesoro.
Tal no es el caso en la lucha cristiana. Ninguno que cumpla con las
condiciones se chasqueará al fin de la carrera. Ninguno que sea ferviente y
perseverante dejará de tener éxito. La carrera no es del veloz, ni la batalla
del fuerte. El santo más débil, tanto como el más fuerte, puede llevar la
corona de gloria inmortal. Puede ganarla todo el que, por el poder de la
gracia divina, pone su vida en conformidad con la voluntad de Cristo...
Todo acto pesa en la balanza que determina la victoria o el fracaso de la
vida. La recompensa dada a los que venzan estará en proporción con la
energía y el fervor con que hayan luchado...
Pablo sabía que su lucha contra el mal no terminaría mientras durara
la vida. Siempre comprendía la necesidad de vigilarse severamente, para
que los deseos terrenales no se sobrepusieran al celo espiritual. Con todo
su poder continuaba luchando contra las inclinaciones naturales. Siempre
mantenía ante sí el ideal que debía alcanzarse, y luchaba por alcanzar ese
ideal mediante la obediencia.—
Los Hechos de los Apóstoles, 251-253
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