Mirad y vivid, 3 de noviembre
Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que
el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:14, 15
.
El alzamiento de la serpiente de bronce (
Números 21:4-9
) tenía por
objeto enseñar una lección importante a los israelitas. No podían salvarse
del efecto fatal del veneno que había en sus heridas. Solamente Dios podía
curarlos. Se les pedía, sin embargo, que demostraran su fe en lo provisto
por Dios. Debían mirar para vivir. Su fe era lo aceptable para Dios, y
la demostraban mirando la serpiente. Sabían que no había virtud en la
serpiente misma, sino que era un símbolo de Cristo; y se les inculcaba así
la necesidad de tener fe en los méritos de él. Hasta entonces muchos habían
llevado sus ofrendas a Dios, creyendo que con ello expiaban ampliamente
sus pecados. No dependían del Redentor que había de venir, de quien estas
ofrendas y sacrificios no eran sino una figura o sombra. El Señor quería
enseñarles ahora que en sí mismos sus sacrificios no tenían más poder ni
virtud que la serpiente de bronce, sino que, como ella, estaban destinados a
dirigir su espíritu a Cristo, el gran sacrificio propiciatorio...
Los israelitas salvaban su vida mirando la serpiente levantada en el
desierto. Aquella mirada implicaba fe. Vivían porque creían la palabra de
Dios, y confiaban en los medios provistos para su restablecimiento. Así
también puede el pecador mirar a Cristo, y vivir. Recibe el perdón por
medio de la fe en el sacrificio expiatorio. En contraste con el símbolo
inerte e inanimado, Cristo tiene poder y virtud en sí para curar al pecador
arrepentido.
Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin embargo
algo que hacer para conseguir la salvación. “Al que a mí viene, no le echo
fuera”.
Juan 6:37
. Pero debemos
ir
a él; y cuando nos arrepentimos de
nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y nos perdona. La fe es
el don de Dios, pero el poder para ejercitarla es nuestro. La fe es la mano
de la cual se vale el alma para asir los ofrecimientos divinos de gracia y
misericordia.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 457-459
.
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