¡Por fin en el hogar! 17 de diciembre
Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni
han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado
para los que le aman.
1 Corintios 2:9
.
Cuando vuestros sentidos se deleiten en la amena belleza de la tierra,
pensad en el mundo venidero que nunca conocerá mancha de pecado ni
de muerte; donde la faz de la naturaleza no llevará más la sombra de la
maldición. Que vuestra imaginación represente la morada de los justos y
entonces recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más
brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no
vemos sino el reflejo más pálido de su gloria.—
El Camino a Cristo, 85, 86
.
Luego las puertas del cielo se abrirán para recibir a los hijos de Dios
y de los labios del Rey de gloria resonará en sus oídos, como la más
rica música, la bendición: “¡Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino
destinado para vosotros desde la fundación del mundo!”
Mateo 25:34
.
Entonces los redimidos serán recibidos con gozo en el lugar que Jesús les
está preparando.—
Ibid. 127, 128
.
Vi que Jesús conducía a los redimidos a la puerta de la ciudad; y al llegar
a ella la hizo girar sobre sus resplandecientes goznes y mandó que entraran
todas las gentes que hubiesen guardado la verdad. Dentro de la ciudad
había todo lo que pudiese agradar a la vista. Por doquiera los redimidos
contemplaban abundante gloria. Jesús miró entonces a sus santos redimidos,
cuyo semblante irradiaba gloria, y fijando en ellos sus ojos bondadosos les
dijo con voz rica y musical: “Veo el fruto de la aflicción de mi alma, y estoy
satisfecho. Esta excelsa gloria es vuestra para que la disfrutéis eternamente.
Terminaron vuestras aflicciones. No habrá más muerte ni llanto ni pesar ni
dolor”...
Las palabras son demasiado pobres para intentar una descripción del
cielo. Siempre que se vuelve a presentar ante mi vista, el espectáculo me
anonada de admiración. Arrobada por el insuperable esplendor y la excelsa
gloria, dejo caer la pluma exclamando: “¡Oh, qué amor, qué maravilloso
amor!” El lenguaje más exaltado no bastaría para describir la gloria del
cielo ni las incomparables profundidades del amor del Salvador.—
Primeros
Escritos, 288, 289
.
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