Cumplamos las condiciones del reino, 13 de febrero
De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño,
no entrará en él.
Marcos 10:15
.
Cristo no reconoce ninguna casta, ni color, ni grado como necesarios
para llegar a ser súbditos de su reino. La admisión en su reino no depende
ni de la riqueza ni de una herencia superior. En cambio, los que han nacido
del Espíritu son los súbditos de su reino. El carácter espiritual es lo que será
reconocido por Cristo. Su reino no es de este mundo. Sus súbditos son los
participantes de la naturaleza divina, que habrán escapado de la corrupción
que está en el mundo y que se manifiesta por la concupiscencia. Y esta
gracia les es dada por Dios. Cristo no encuentra a sus súbditos preparados
para su reino, sino que los califica por medio de su divino poder. Los que
estaban muertos en delitos y pecados son revividos a la vida espiritual...
Cristo los atrae hacia él mediante un poder invisible. Él es la luz de la
vida y les infunde su propio Espíritu. Al ser introducidos en la atmósfera
espiritual, se dan cuenta de que han sido juguete de las tentaciones de
Satanás, y que han estado bajo su dominio; pero quebrantan el yugo de los
deseos carnales y rehúsan ser siervos de pecado... Comprenden que han
cambiado de capitán, y reciben sus órdenes de los labios de Jesús. Como
el siervo contempla a su amo y la sierva observa a su patrona, estas almas,
atraídas por las cuerdas del amor de Cristo, lo miran constantemente como
el Autor y Consumador de su fe. Al contemplar a Jesús, al obedecer sus
requisitos, aumentan su conocimiento de Dios y de Jesucristo a quien él ha
enviado. De este modo se transforman a su imagen de carácter en carácter
hasta que llegan a distinguirse del mundo y se puede escribir acerca de
ellos: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó
de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais
pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais
alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”.
1 Pedro
2:9, 10
.—
The Review and Herald, 26 de marzo de 1895
.
[53]
50