Página 59 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Ciudadanos del cielo, 18 de febrero
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de
los santos, y miembros de la familia de Dios.
Efesios 2:19
.
Los hijos de Dios, el verdadero Israel, aunque dispersados entre todas
las naciones, no son sino advenedizos en la tierra, y su ciudadanía está en
los cielos.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 475
.
La condición para ser recibidos en la familia del Señor es salir del
mundo, separarse de todas sus influencias contaminadoras. El pueblo de
Dios no debe tener vinculación alguna con la idolatría bajo cualquiera de
sus formas. Ha de alcanzar una norma más elevada. Debemos distinguirnos
del mundo, y entonces Dios dirá: “Os recibiré como miembros de mi
familia real, hijos del Rey celestial”. Como creyentes en la verdad debemos
diferenciarnos en nuestras prácticas del pecado y los pecadores. Nuestra
ciudadanía está en el cielo.
Debiéramos comprender más claramente el valor de las promesas que
Dios nos ha hecho, y apreciar más profundamente el honor que nos ha dado.
Dios no puede dispensar mayor honor a los mortales que el de adoptarlos
en su familia, dándoles el privilegio de llamarlo Padre. No hay ninguna
degradación en llegar a ser hijos de Dios.—
Fundamentals of Christian
Education, 481
.
Somos extranjeros y peregrinos en este mundo. Hemos de esperar, velar,
orar y trabajar. Toda la mente, toda el alma, todo el corazón y toda la fuerza
han sido comprados por la sangre del Hijo de Dios. No hemos de creer
que tenemos el deber de usar un ropaje de peregrino precisamente de un
color o de una forma tales, sino que hemos de emplear el atavío prolijo y
modesto que la Palabra inspirada nos enseña a usar. Si nuestros corazones
están unidos con el corazón de Cristo, tendremos un deseo muy intenso de
ser vestidos de su justicia. Nada se colocará sobre la persona para atraer la
atención, o para crear polémica.
¡
Cristianismo
: cuántos hay que no saben lo que es! No es algo que
nos ponemos encima en forma externa. Es una vida infundida dentro de
nosotros por la vida de Jesús. Significa que estamos usando el manto de la
justicia de Cristo.—
Testimonios para los Ministros, 127, 128
.
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