Página 76 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Protegido por serafines, 5 de marzo
Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas
llenaban el templo.
Isaías 6:1
.
Cuando Dios estaba por mandar a Isaías con un mensaje para su pueblo,
primero dio al profeta una visión que le permitió penetrar con la mirada
en el lugar santísimo del santuario. De repente parecieron levantarse o
apartarse la puerta y el velo interior del templo, y él pudo mirar adentro,
al lugar santísimo, donde ni siquiera los pies del profeta podían entrar. Se
presentó delante de él una visión de Jehová sentado en un trono elevado,
mientras que la estela de su gloria llenaba el templo. En derredor del trono
había serafines, como guardas alrededor del gran Rey, que reflejaban la
gloria que los rodeaba. Al repercutir sus cantos de alabanza en profun-
das notas de adoración, temblaban las columnas de la puerta, como si las
agitase un terremoto. Con labios no mancillados por el pecado, estos ánge-
les expresaban las alabanzas de Dios. “Santo, santo, santo, Jehová de los
ejércitos—clamaban—toda la tierra está llena de su gloria”.
Isaías 6:3
.
Los serafines que rodean el trono están tan embargados de reverente
temor al contemplar la gloria de Dios, que ni por un instante se miran a sí
mismos con admiración. Sus loores son para Jehová de los ejércitos. Al
penetrar su mirada en el futuro, cuando toda la tierra esté llena de su gloria,
el canto triunfal repercutirá del uno al otro en melodiosos acentos: “Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos”. Están plenamente satisfechos con
glorificar a Dios; morando en su presencia, bajo su sonrisa de aprobación,
no desean otra cosa.—
Obreros Evangélicos, 21, 22
. (Traducción revisada.)
El Hijo de Dios circundó de amor este mundo que Satanás reclamaba
como suyo y gobernaba con tiranía cruel, y lo ligó de nuevo al trono
de Jehová por una obra inmensa. Los querubines, serafines y las huestes
innumerables de todos los mundos no caídos entonaron himnos de loor a
Dios y al Cordero cuando su victoria quedó asegurada. Se alegraron de que
el camino a la salvación se hubiera abierto al género humano pecaminoso y
porque la tierra iba a ser redimida de la maldición del pecado.—
El Discurso
Maestro de Jesucristo, 86
.
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