Un nombre sagrado, 27 de marzo
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Mateo 6:9
.
Para santificar el nombre del Señor se requiere que las palabras que
empleamos al hablar del Ser Supremo sean pronunciadas con reverencia.
“Santo y terrible es su nombre”.
Salmos 111:9
. Nunca debemos mencionar
con liviandad los títulos ni los apelativos de la Deidad. Por la oración
entramos en la sala de audiencia del Altísimo y debemos comparecer ante
él con pavor sagrado. Los ángeles velan sus rostros en su presencia. Los
querubines y los esplendorosos y santos serafines se acercan a su trono con
reverencia solemne...
Pero santificar el nombre del Señor significa mucho más que esto. Po-
demos manifestar, como los judíos contemporáneos de Cristo, la mayor
reverencia externa hacia Dios, y no obstante profanar su nombre continua-
mente. “El nombre de Jehová” es: “Fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo
para la ira, y grande en benignidad y verdad... que perdona la iniquidad,
la rebelión, y el pecado”.
Éxodo 34:6, 7
. Se dijo de la iglesia de Cristo:
“Esto es lo que la llamarán: Jehová, justicia nuestra”.
Jeremías 33:16
. Este
nombre se da a todo discípulo de Cristo. Es la herencia del hijo de Dios. La
familia se conoce por el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en tiempo
de tribulación y gran dolor oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre; no
nos desampares”.
Jeremías 14:9
.
Este nombre es santificado por los ángeles del cielo y por los habitantes
de los mundos sin pecado. Cuando oráis: “Santificado sea tu nombre”,
pedís que sea santificado en este mundo, en vosotros mismos. Dios os ha
reconocido delante de hombres y ángeles como sus hijos; rogad que no
deshonréis el “buen nombre que fue invocado sobre vosotros”.
Santiago
2:7
. Dios os envía al mundo como sus representantes. ¡En todo acto de la
vida, debéis manifestar el nombre de Dios! Esta petición exige que poseáis
su carácter. No podéis santificar su nombre ni representarle ante el mundo,
a menos que en vuestra vida y carácter representéis la vida y el carácter de
Dios. Lo podéis hacer únicamente cuando aceptáis la gracia y la justicia de
Cristo.—
El Discurso Maestro de Jesucristo, 88, 89
.
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