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Las sociedades literarias
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nociva; pero Satanás, general astuto, obra para amoldar la sociedad
de acuerdo con sus planes, y demasiado a menudo tiene éxito con
el tiempo. El gran adversario encuentra fácil acceso a aquellos a
quienes ha controlado en el pasado, y por su medio realiza sus pro-
pósitos. Se introducen variadas diversiones para hacer las reuniones
interesantes y atrayentes, para los mundanos, y así los ejercicios
de la sociedad llamada literaria degeneran con frecuencia en repre-
sentaciones teatrales desmoralizadoras y trivialidades sin sentido.
Todas estas cosas satisfacen la mente carnal que está en enemistad
con Dios; pero no fortalecen el intelecto ni afirman la moral.
El trato que los que temen a Dios tienen con los incrédulos en
estas sociedades no hace santos a los pecadores. Cuando el pueblo de
Dios se une voluntariamente con los mundanos y los no consagrados,
dándoles la preeminencia, se ve desviado de él por causa de la
influencia no santificada bajo la cual se ha colocado. Durante un
tiempo breve puede ser que no haya nada grave que objetar, pero
las mentes que no han estado bajo el control del Espíritu de Dios
no aceptan fácilmente las cosas que tienen sabor a verdad y justicia.
Si antes hubieran tenido inclinación por las cosas espirituales, se
habrían colocado en las filas de Jesucristo. Las dos clases están
controladas por señores diferentes, y son opuestas en sus propósitos,
esperanzas, gustos y deseos. Los seguidores de Jesús hallan placer
en los temas serios, sensatos y ennoblecedores, mientras que quienes
no aman las cosas sagradas no pueden disfrutar de estas reuniones, a
menos que lo superficial e irreal constituya un rasgo prominente de
los ejercicios. Poco a poco el elemento espiritual queda eliminado
por los irreligiosos, y el esfuerzo por armonizar los principios que
son antagónicos en su naturaleza resulta un fracaso decidido.
Se ha procurado idear un plan tendiente a establecer una socie-
dad literaria que beneficiase a todos los relacionados con ella, una
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sociedad en la cual todos los miembros sintieran la responsabilidad
moral de hacerla lo que debe ser, evitar los males que con frecuencia
hacen que estas asociaciones sean peligrosas para los principios
religiosos. Las personas que se necesitan para controlar estas so-
ciedades deben poseer discreción y buen juicio, tener una relación
viva con el cielo, saber discernir las malas tendencias, y quienes,
sin dejarse engañar por Satanás, avancen rectamente por la senda
de la integridad, manteniendo continuamente en alto la bandera de