La conversación elevada
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para atesorarlas en el corazón y practicarlas en la vida diaria. La
meditación en las cosas santas elevará y refinará la mente, y formará
damas y caballeros cristianos.
Dios no aceptará a ninguno de nosotros que con sus palabras,
pensamientos o acciones rebaje sus facultades a una depravación
carnal, terrena. El cielo es un lugar puro y santo en donde no podrá
entrar nadie que no se haya refinado, espiritualizado, limpiado y
purificado. Tenemos que hacer una obra para nosotros mismos, y
solamente seremos capaces de hacerla si obtenemos fuerza de Jesús.
Deberíamos estudiar la Biblia con preferencia a cualquier otro libro;
deberíamos amarla y obedecerla como voz de Dios. Tenemos que
ver y comprender sus restricciones y requerimientos—“Harás” y
“No harás”—, y percatarnos del verdadero significado de la Palabra
de Dios.
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Se necesita una inclinación mayor hacia las cosas celestiales
Cuando hacemos de la Palabra de Dios nuestro consejero y es-
cudriñamos las Escrituras para obtener luz, los ángeles del cielo se
acercan para impresionar la mente y alumbrar el entendimiento de
modo que pueda decirse con razón: “La explicación de tus Palabras
ilumina, da inteligencia a los sencillos”
No es asombroso que no
haya más inclinación hacia las cosas celestiales entre los jóvenes que
profesan el cristianismo, cuando se presta tan poca atención a la Pa-
labra de Dios. Se desatienden los consejos divinos, se desobedecen
las amonestaciones, no se busca la gracia y sabiduría divinas para
evitar pecados pasados y limpiar del carácter toda mancha de corrup-
ción. David oró: “Hazme entender el camino de tus mandamientos,
y meditaré en tus maravillas”
Si las mentes de los jóvenes, lo mismo que las de los de edad
más madura, fueran acertadamente dirigidas en su trato social, su
conversación giraría alrededor de temas elevados. Cuando la mente
es pura y los pensamientos son elevados por la verdad de Dios,
las palabras serán del mismo carácter, como “manzana de oro en
marco de plata”
Pero con el entendimiento actual, con las prácticas
actuales, con la baja norma que hasta los cristianos profesos se
conforman con alcanzar, la conversación es vulgar y sin provecho.
Es de la tierra, terrena, y no tiene el sabor de la verdad o del cielo, y