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Capítulo 35—La disciplina propia
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se ense-
ñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”
Se ha vencido a
sí mismo; ha vencido al más fuerte enemigo a que tiene que hacer
frente el hombre.
La mayor evidencia de nobleza en un cristiano es el dominio
propio. Aquel que puede mantenerse inconmovible en medio de una
tormenta de injuria, es uno de los héroes de Dios.
Enseñorearse del espíritu es mantener el yo bajo disciplina; resis-
tir el mal; regular toda palabra y hecho por la gran norma de justicia
de Dios. El que ha aprendido a gobernar su espíritu se elevará por
encima de los desprecios, los desaires y las contrariedades a los cua-
les estamos diariamente expuestos, y cesarán estas cosas de arrojar
sombra sobre su espíritu.
Es el propósito de Dios que el poder soberano de la razón san-
tificada, gobernada por la gracia divina, rija la vida de los seres
humanos. Aquel que gobierna su espíritu, está en posesión de este
poder.
El poder del dominio propio
En la niñez y en la juventud, el carácter, es más impresionable.
Entonces debería adquirirse el poder del dominio propio. Junto al
hogar y a la mesa familiar, se ejercen influencias cuyos resultados
son duraderos como la eternidad. Más que cualquier dote natural,
los hábitos establecidos en los primeros años determinarán si un
hombre saldrá victorioso o derrotado en la batalla de la vida.
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En el uso del lenguaje no hay quizá error que tanto los viejos
como los jóvenes estén más listos a tolerarse a sí mismos liviana-
mente que el de la expresión apresurada, impaciente. Creen que es
excusa suficiente decir: “No estaba en guardia, y no tenía realmente
intención de decir lo que dije”. Pero la Palabra de Dios no lo trata
Proverbios 16:32
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