La sencillez en el vestir
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El brillante oropel del mundo les parece más valioso que las riquezas
eternas. Las facultades mentales, que podrían ser desarrolladas por
el pensamiento y el estudio, permanecen dormidas, y los afectos no
son disciplinados, porque se considera el aspecto exterior de más
importancia que el encanto espiritual o el vigor mental.
El adorno interior
¿Tratarán los seguidores de Cristo de obtener el adorno interior,
el espíritu manso y tranquilo que Dios considera de gran precio, o
malgastarán las pocas y breves horas de gracia en innecesario afán
de ostentación? El Señor quiere que la mujer trate constantemente
de mejorar su mente y corazón, de obtener fuerza intelectual y moral
para vivir una vida útil y feliz, que sea una bendición para el mundo
y una honra para su Creador.
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Yo preguntaría a las jóvenes de hoy que profesan creer la verdad
para este tiempo en qué se niegan a sí mismas por amor a la verdad.
Cuando desean realmente una prenda de vestir o algún adorno o
comodidad, ¿presentan el asunto a Dios en oración para saber si su
Espíritu sancionaría este gasto? Al preparar su ropa, ¿tienen cuidado
de no deshonrar su profesión de fe? ¿Pueden pedir la bendición del
Señor sobre el tiempo así empleado? Una cosa es unirse a la iglesia,
y otra bien distinta unirse a Cristo. Las personas sin consagración,
amantes del mundo, que profesan ser religiosas, son una de las causas
más serias de la debilidad de la iglesia de Cristo.
En esta época del mundo hay un afán de placeres sin precedentes.
Prevalecen por todas partes la disipación y la extravagancia atrevida.
Las multitudes están ansiosas de diversiones. La mente se vuelve
liviana y frívola porque no está acostumbrada a la meditación ni dis-
ciplinada para el estudio. Es corriente un sentimentalismo ignorante.
Dios requiere que cada mente sea cultivada, refinada, elevada y en-
noblecida. Pero con demasiada frecuencia se descuida todo progreso
noble, por una ostentación de la moda o un placer superficial. Las
mujeres permiten que sus almas sean consumidas y empequeñecidas
por la moda, y así llegan a ser una maldición para la sociedad, más
bien que una bendición (
Review and Herald,
diciembre 6, 1881
).
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