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Capítulo 135—El baile
El verdadero cristiano no deseará entrar en ningún lugar de
diversión ni ocuparse en ningún entretenimiento sobre el cual no
pueda pedir la bendición de Dios. No será hallado en el teatro, ni
en la sala de billar, ni en salones donde se juega a los bolos
No se
unirá a los alegres bailarines, ni tendrá parte en ningún otro placer
seductor que haga desvanecer de la mente la figura de Cristo.
A los que defienden estas diversiones les contestamos: No pode-
mos participar en ellas en el nombre de Jesús de Nazaret. No podría
invocarse la bendición de Dios sobre la hora pasada en el teatro o
en la sala de baile. Ningún cristiano querría encontrar la muerte en
semejante lugar. Nadie querría ser hallado allí cuando Cristo venga.
Cuando lleguemos a la hora final y nos hallemos frente a frente
con el informe de nuestras vidas, ¿lamentaremos haber asistido a
tan pocas reuniones de placer? ¿nos pesará haber tenido parte en
tan pocas escenas de jovialidad irreflexiva? ¿no lamentaremos, más
bien, amargamente el haber malgastado tantas horas preciosas en
la satisfacción del yo, el haber desperdiciado tantas oportunidades
que, debidamente aprovechadas, nos hubieran asegurado tesoros
inmortales?
Ha llegado a ser una costumbre entre los que profesan ser reli-
giosos el excusar cualquier complacencia perniciosa a que se halle
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ligado el corazón. La familiaridad con el pecado los ciega de modo
que no ven su enormidad. Muchos que dicen ser hijos de Dios dis-
culpan pecados que su Palabra condena, mezclando algún propósito
de caridad cristiana con sus festines impíos. Utilizan así la librea
del cielo para servir con ella al diablo. Estas disipaciones de moda
engañan a las almas, y las hacen descarriar y perder para la virtud c
integridad.
Un juego con bolos o bochas que se estila en los Estados Unidos e Inglaterra.
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