Página 389 - Mensajes Para los J

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Principios guiadores
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El hijo pródigo
La lección del hijo pródigo se ha dado para instrucción de la
juventud. En su vida de placer y prácticas pecaminosas, gasta su
porción de la herencia, en costumbres disolutas. Lo abandonan los
amigos en un país extraño; viste harapos y está hambriento, anhelan-
do hasta el alimento que desechan los cerdos. Su última esperanza es
regresar, penitente y humillado, a la casa de su padre, quien lo atrae
nuevamente a su corazón, y es bien recibido y perdonado. Muchos
jóvenes están haciendo lo que él hizo, viviendo una vida indiferente,
dedicada al placer, al derroche, abandonando la fuente de agua viva,
la fuente del verdadero placer, y cavando para sí mismos cisternas
rotas, que no pueden contener agua.
La generosa invitación de Dios
Dios hace a cada joven la siguiente invitación: “Dame, hijo mío,
tu corazón
yo lo guardaré puro; satisfaré sus anhelos con verdadera
felicidad”. Dios se complace en hacer felices a los jóvenes, y por
eso quisiera que le entregasen el corazón a su cuidado para que sean
mantenidas en condición sana y vigorosa todas las facultades del ser
dadas por él. Ellos poseen el don de vida dado por Dios. El hace latir
el corazón; él da fuerza a cada facultad. El gozo puro no degradará
ninguno de los dones de Dios. Pecamos contra nuestro cuerpo y
contra Dios cuando buscamos placeres que separan nuestros afectos
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de Dios. Los jóvenes han de tener en cuenta que han sido colocados
en el mundo a prueba, para ver si tienen caracteres que los hagan
aptos para vivir con los ángeles.
Cuando vuestros compañeros os instan a ir por sendas de vicio e
insensatez, y los que os rodean os tientan a olvidar a Dios, a destruir
las aptitudes que Dios os ha confiado, y a degradar todo lo que es
noble en vuestra naturaleza, resistidlos. Recordad que sois propiedad
del Señor, comprados por precio: el sufrimiento y la agonía del Hijo
de Dios...
El Señor Jesús reclama vuestro servicio. El os ama. Si dudáis de
su amor, mirad al Calvario. La luz que refleja la cruz muestra la mag-
nitud de ese amor que ninguna lengua puede expresar. “El que tiene
Proverbios 23:26