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Capítulo 157—El ejemplo de Isaac
Nadie que tema a Dios puede unirse sin peligro con quien no
le teme. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?
La
felicidad y la prosperidad del matrimonio dependen de la unidad
que haya entre los esposos; pero entre el creyente y el incrédulo hay
una diferencia radical de gustos, inclinaciones y propósitos. Sirven
a dos señores, entre los cuales la concordia es imposible. Por puros
y rectos que sean los principios de una persona, la influencia de un
cónyuge incrédulo tenderá a apartarla de Dios.
El que contrajo matrimonio antes de convertirse tiene después
de su conversión mayor obligación de ser fiel a su cónyuge, por
mucho que difieran en sus convicciones religiosas. Sin embargo,
las exigencias del Señor deben estar por encima de toda relación
terrenal, aunque como resultado vengan pruebas y persecuciones.
Manifestada en un espíritu de amor y mansedumbre, esta fidelidad
puede influir para ganar al cónyuge incrédulo. Pero el matrimonio
de cristianos con infieles está prohibido en la Sagrada Escritura. El
mandamiento del Señor dice: “No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos”
Isaac fue sumamente honrado por Dios, al ser hecho heredero de
las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo, a la
edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre cuando envió
a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado
de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un
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tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica: “Y la trajo Isaac
a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó;
y sé consoló Isaac después de la muerte de su madre”.
¡Qué contraste entre la conducta de Isaac y la de la juventud de
nuestro tiempo, aun entre los que se dicen cristianos! Los jóvenes
creen con demasiada frecuencia que la entrega de sus afectos es un
asunto en el cual tienen que consultarse únicamente a sí mismos, un
Amós 3:3
.
2 Corintios 6:14
.
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