Página 470 - El Ministerio M

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Educad, educad, educad
Debemos educar, educar, educar, en forma afable e inteligente.
Debemos predicar la verdad, orar la verdad y vivir la verdad, colo-
cando sus influencias gratas y portadoras de vida al alcance de los
que no la conocen. Al colocar a los enfermos en contacto con el
Dador de la vida, sus facultades mentales y corporales se renovarán.
Pero para que esto ocurra, ellos deben practicar el renunciamiento,
y ser temperantes en todas las cosas. Sólo de esta forma pueden ser
salvos de la muerte física y espiritual, y lograr la restauración de la
salud.
Cuando la maquinaria humana funciona en armonía con los pla-
nes vivificadores que Dios le dio, como se muestra en el evangelio,
la enfermedad se vence y la salud brota de nuevo en forma espon-
tánea. Cuando los seres humanos trabajan en unión con el Dador
de la vida, quien ofrendó su sangre por ellos, la mente se llena de
gozo. Se santifican el cuerpo, la mente y el alma. Los seres humanos
aprenden del Gran Maestro, y todo lo que ellos observan ennoblece
y enriquece los pensamientos. Los afectos afloran en felicidad y
agradecimiento al Creador. La vida del hombre que ha sido renovada
a la imagen de Cristo es una luz que brilla en la oscuridad.—
Carta
83, 1905
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