Para la gloria de Dios
Por inspiración del Espíritu de Dios, Pablo el apóstol escribe:
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa [aún el acto natural
de comer o beber, debiera hacerse, no para gratificar un apetito
pervertido, sino bajo un sentir de responsabilidad], hacedlo todo para
la gloria de Dios”. Debe vigilarse toda parte del hombre; debemos
velar, no sea que lo que colocamos en el estómago borre de la mente
pensamientos nobles y santos.
Derechos individuales
“¿No puedo hacer lo que me place?” pregunta alguien, como si
estuviésemos tratando de privarlo de un gran bien cuando le presen-
tamos la necesidad de comer en forma inteligente y de conformar
sus hábitos a las leyes que Dios ha establecido. Hay derechos que
pertenecen a todo individuo. Tenemos una individualidad y una iden-
tidad que nos pertenecen. Nadie puede sumergir esta identidad en
la de otra persona. Todos deben actuar individualmente, de acuerdo
con los dictados de su propia conciencia.
En lo que se refiere a nuestra responsabilidad e influencia, somos
responsables ante Dios al derivar nuestra vida de él. Ésta no la
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obtenemos de la humanidad, sino sólo de Dios. Somos suyos por
creación y por redención. Aun nuestro cuerpo no nos pertenece, para
tratarlo como nos plazca, o inhabilitarlo por hábitos que lo lleven
a la decadencia y le impidan ofrendar un servicio perfecto a Dios.
Nuestra vida y todas nuestras facultades le pertenecen. Él cuida de
nosotros en todo momento; él mantiene la maquinaria viviente en
acción; si se nos dejara para que la hiciéramos funcionar por un solo
momento, moriríamos. Dependemos absolutamente de Dios.
Se aprende una gran lección cuando llegamos a comprender
nuestra relación con Dios y su relación con nosotros. Las palabras,
“No sois vuestros”, “porque habéis sido comprados por precio”,
deben colgarse en los pasillos de la memoria, para que podamos
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