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El Ministerio Médico
sepa cuidar su propio cuerpo, y a la vez se establezca en la fe. Se
debe enseñar a los pacientes qué significa comer la carne y beber
la sangre del Hijo de Dios. Cristo dijo: “Las palabras que yo os he
hablado son espíritu y son vida”.
Sanatorios para educar
Nuestros sanatorios deben ser escuelas en las cuales se dé ins-
trucción en las ramas misioneras y médicas. Deben atraer a las almas
enfermas del pecado a fin de que sean ellas las hojas del árbol de la
vida, que restauran la paz, la esperanza y la fe en Cristo Jesús. No
estorbéis a los que tengan el deseo de extender esta obra. Permitid
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que la luz brille. Toda obra en favor de la salud, que sea digna, des-
pertará interés en la reforma pro salud. No la prohibáis. El Señor
desea que se aproveche toda oportunidad para extender la obra...
En toda ciudad grande debiera existir una representación de la
verdadera obra médica misionera. Los principios de la reforma pro
salud deben darse en líneas claras, en publicaciones de salud y en
conferencias a los pacientes de nuestros sanatorios. En toda ciudad
hay hombres y mujeres que irían a un sanatorio si éste estuviera
cerca, pero no irán a uno que esté lejos. Muchos que ahora parecen
indiferentes, llegarán a sentir convicción y se convertirán. Considero
este asunto desde un punto de vista seguro.
Que muchos pregunten ahora: “¿Señor, qué quieres que yo ha-
ga?” Es el propósito del Señor que su método de curar sin drogas se
destaque en toda ciudad grande por medio de nuestras instituciones
médicas. Dios viste con dignidad santa a los que salen en su poder
para sanar a los enfermos. Que la luz brille lejos, y aún más lejos, en
todo lugar donde sea posible obtener entrada. Satanás hará la labor
tan difícil como le sea posible, pero el poder divino acompañará a
los obreros sinceros de corazón. Guiados por la mano de nuestro
Padre celestial, salgamos a mejorar toda oportunidad para extender
la obra de Dios.
Tendremos que trabajar bajo dificultades, pero que nuestro celo
no desfallezca debido a ello. La Biblia no reconoce a un creyente
holgazán, no importa cuán elevada sea su profesión.—
Carta 203,
1905
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