Página 66 - El Ministerio M

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La majestad del cielo como médico misionero
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Este mundo ha sido visitado por la Majestad del Cielo, el Hijo
de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna”.
Cristo vino a este mundo como la expresión del mismo corazón,
mente, naturaleza y carácter de Dios. Él era el resplandor de la gloria
del Padre para expresar la imagen de su persona. Mas él dejó a un
lado su túnica y su corona reales y descendió de su exaltada posición
para tomar el lugar de un siervo. Él era rico; pero se hizo pobre
por amor a nosotros, para que pudiéramos tener riquezas eternas. Él
hizo el mundo, mas se vació a sí mismo en forma tan completa que
durante su ministerio declaró: “Las zorras tienen guaridas, y las aves
del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su
cabeza”.
Él vino a este mundo y estuvo entre los seres que había creado
como un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Él fue
“herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados”. Él fue tentado en todo como nosotros; no obstante, no se
halló pecado en él.
Un siervo de todos
Cristo estuvo a la cabeza de toda la humanidad en forma de un
ser humano. Su actitud fue tan llena de simpatía y amor que el más
pobre no temía acudir a él. Era amable con todos y asequible, aun
para el más indigno. Anduvo de casa en casa curando enfermos,
alimentando hambrientos, animando a los que se quejaban, alentando
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a los afligidos y dirigiendo palabras de paz a los angustiados.
El Señor tomó a los pequeñuelos en sus brazos y los bendijo,
y tuvo palabras de esperanza y aliento para las madres cansadas.
Con un cariño y una gentileza constantes enfrentó toda forma de
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