Página 67 - El Ministerio M

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La majestad del cielo como médico misionero
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miseria y de aflicción humanas. Trabajó, no para sí mismo, sino para
los demás. Estuvo dispuesto a humillarse y negarse a sí mismo. No
buscó distinción. Fue el siervo de todos. Su objetivo máximo era ser
alivio y consuelo para los demás, alegrar a los tristes y a los cargados
con quienes tenía contacto diariamente.
Una expresión del amor de Dios
Cristo está ante nosotros como el Hombre modelo, el gran Mé-
dico Misionero: un ejemplo para todos los que quieran seguirle. Su
amor puro y santo bendecía a todos los que entraban en la esfera
de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de
la más mínima sombra de pecado. Él vino como la expresión del
perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar,
sino para sanar todo carácter débil y defectuoso, para salvar a los
hombres y las mujeres del poder de Satanás.
Él es el Creador, el Redentor y el Sustentador de la raza humana.
Jesús hace a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y
ligera mi carga”.
Tras las huellas
¿Cuál, pues, es el ejemplo que debemos dar al mundo? Debemos
hacer la misma obra que el gran Médico Misionero hizo a nuestro
favor. Debemos seguir la senda de abnegación por la cual anduvo
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Cristo.
Cuando veo a tantos que pretenden ser médicos misioneros,
vienen a mi mente destellos de lo que Cristo fue en esta tierra. Al
pensar en cuán por debajo de la norma quedan los obreros de hoy
cuando se comparan con el Ejemplo divino, se agobia mi corazón con
una pena que las palabras no pueden expresar. ¿Harán los hombres
y mujeres alguna vez una obra que refleje los rasgos y el carácter
del gran Médico Misionero?...
¿No hay suficiente infortunio en esta tierra azotada y maldecida
por el pecado, que nos induzca a consagrarnos a la obra de proclamar