Página 86 - El Ministerio M

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Responsabilidad por el cuerpo y el alma
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Cada médico, ya sea que lo reconozca o no, es responsable tanto
por el alma como por el cuerpo de sus pacientes. El Señor espera
de nosotros mucho más de lo que nosotros solemos esperar de él.
Cada médico debiera ser un médico misionero evangélico, dedicado
e inteligente, tan familiarizado con el remedio del Cielo para el alma
enferma de pecado como con la ciencia de sanar la enfermedad del
cuerpo.
Al ponerse diariamente en contacto con la enfermedad y la muer-
te, debiera tener la mente llena con el conocimiento de las Escrituras,
para poder extraer de esta mina expresiones de consuelo y esperanza
y depositarlas como buena semilla en los corazones preparados para
recibirla. Debiera animar a quienes están por morir a confiar en
Cristo como Salvador que perdona los pecados, y prepararlos para
encontrarse con su Redentor en paz.
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Los médicos necesitan una doble porción de religión. Entre las
personas de cualquier profesión, ellos son los que requieren mayor
claridad mental, pureza de espíritu y una fe que obre por amor y
purifique el alma, para causar una impresión adecuada en todas las
personas con quienes se relacionan en el ejercicio de su profesión.
El médico no sólo debiera proporcionar tanto alivio físico como le
sea posible a los enfermos desahuciados que pronto yacerán en el
sepulcro; además, debiera aliviar su alma agobiada. Presente ante
ellos al Salvador resucitado. Exponga a su contemplación al Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo...
Los que comprenden la ciencia del cristianismo disfrutan de una
experiencia religiosa personal. El que actúa como guardián de la
salud corporal debiera poseer tacto para trabajar por la salvación
del alma. Hasta que el Salvador llegue a ser realmente el Salvador
del alma del médico, éste no sabrá cómo responder a esta pregunta:
“¿Qué debo hacer para ser salvo?”...
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