Página 159 - El Ministerio Pastoral (1995)

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La obra misionera especializada
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alentar a los desesperanzados, vendar a los quebrantados. Esta labor
de restauración debe ser hecha entre los dolientes necesitados de
la humanidad. Dios no solamente pide vuestra caridad sino vuestro
semblante alegre, vuestras esperanzadas palabras, el apretón de vues-
tra mano. Aliviad a algunos de los afligidos de Dios. Algunos están
enfermos y han perdido la esperanza. Devolvedles la luz del sol. Hay
almas que han perdido su valor; habladles, orad por ellas. Hay quie-
nes necesitan el pan de vida. Leedles de la Palabra de Dios. Hay una
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enfermedad del alma que ningún bálsamo puede alcanzar, ninguna
medicina puede curar. Orad por estas [almas] y traedlas a Jesucristo.
Y en toda vuestra obra Cristo estará presente para impresionar los
corazones humanos.—
El Ministerio de la Bondad, 75
.
Ministrar como Jesús es servir a los afligidos
—Qué escena
vieron sus ojos al entrar de nuevo en los atrios del templo. Cristo
estaba ministrando a los pobres, a los sufrientes y afligidos. Ellos
habían clamado en su angustia porque no podían encontrar alivio
para su aflicción y su pecado. Habían oído de este hombre Jesús,
habían escuchado un rumor en cuanto a su compasión y amor. Ha-
bían oído cómo había sanado a los enfermos, cómo había hecho
ver a los ciegos, y cómo había hecho andar a los cojos; y un cla-
mor lastimero y suplicante se escapó de sus labios. Uno tras otro
comenzaron a relatar la historia de su aflicción, y él se inclinó sobre
ellos como una madre tierna se inclina sobre su doliente criatura.
Invitó a los enfermos y afligidos a venir a él en busca de salud y
paz. Dio tierno consuelo al sufriente. Tomó a los pequeños en sus
brazos, y los libertó de la enfermedad y el sufrimiento. Dio vista a
los ciegos, hizo oír a los sordos, dio salud a los enfermos y consuelo
a los afligidos.—
The Review and Herald, 27 de agosto de 1895
.
Tenemos el deber de ministrar al pobre, al paralítico, al li-
siado, y al ciego
—En su conversación en la mesa, el Señor no estaba
hablando de una verdad nueva, ni exponiendo nuevas doctrinas o
explicando nuevos principios. Estaba repitiendo el antiguo man-
damiento que le había dado previamente a Moisés para que se los
diera. Deseaba que ellos entendiesen que sus enseñanzas de ninguna
manera restaban fuerza a los mandamientos dados previamente. Las
fiestas y cenas dadas por los sacerdotes, fariseos y gobernantes, eran
celebradas únicamente para complacencia propia. Invitaban a sus fa-
voritos, a sus parientes y amigos ricos, quienes a su vez los invitaban