La predicación
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La salvación mediante Cristo debe ser la preocupación de
cada sermón
—La ciencia de la salvación debe ser el tema de cada
sermón, el tema de cada himno. Debe acompañar cada súplica. Que
nada que se incluya en la predicación sustituya a Cristo, la Palabra
y el poder de Dios. Que su nombre, el único nombre debajo del
cielo por el cual podemos ser salvos, sea exaltado en cada discurso,
y que de sábado en sábado, la trompeta del centinela dé un sonido
certero. Cristo es la ciencia y la elocuencia del evangelio, y sus
ministros deben predicar la Palabra de vida, presentar esperanza a los
penitentes, paz a los atribulados y desanimados, y gracia, integridad
y fuerza a los creyentes.—
La Voz: Su Educación y Uso Correcto,
374
.
El verdadero predicador exalta a Cristo como la única espe-
ranza del pecador
—Si el hombre que siente que ha sido llamado de
Dios para ser un ministro, se humilla y aprende de Cristo, llegará a
ser un verdadero predicador. Si sus labios son tocados con el carbón
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encendido del altar, exaltará a Jesús como la única esperanza del
pecador. Cuando el corazón del predicador es santificado por medio
de la verdad, sus palabras serán una realidad viviente para él y para
otros. Aquellos que lo escuchan sabrán que ha estado con Dios, y
que se ha acercado a él en oración ferviente y eficaz. El Espíritu
Santo ha descendido sobre él, su alma ha sentido el vivo fuego ce-
lestial, y es capaz de comparar lo espiritual con lo espiritual. Le será
dado poder para echar abajo la fortaleza de Satanás. Los corazones
serán conmovidos por su presentación del amor de Dios, y muchos
preguntarán, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”—
The Review and
Herald, 15 de abril de 1902
.
Muchos oyentes desean y necesitan una explicación clara de
la conversión
—Los predicadores deben presentar la verdad de una
manera clara y sencilla. Hay entre sus oyentes muchos que necesi-
tan una clara explicación de los pasos requeridos en la conversión.
La ignorancia de las masas en lo referente a este punto es mayor
de lo que se supone. Entre los universitarios, oradores elocuentes,
estadistas capaces, hombres de altos cargos de confianza, hay mu-
chos que dedicaron sus facultades a otros asuntos, y descuidaron las
cosas de mayor importancia. Cuando los tales forman parte de una
congregación, el predicador pone a menudo a contribución todas sus
facultades para predicar un discurso intelectual, y deja de revelar a