Página 225 - El Ministerio Pastoral (1995)

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La predicación
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La oratoria—Los gestos
En el púlpito, no asuma actitudes y expresiones calculadas
para causar efecto
—Veo que en el ministerio debe realizarse una
gran reforma antes de que éste se convierta en lo que Dios desea.
Cuando los ministros están en el púlpito no tienen licencia para com-
portarse como actores teatrales, asumiendo actitudes y expresiones
calculadas para causar efecto. No ocupen el púlpito sagrado como
actores sino como maestros de verdades solemnes. Hay también
ministros fanáticos, quienes, al intentar predicar a Cristo, causan
conmoción, gritan, dan saltos y golpean el púlpito como si estos
ejercicios físicos fueran de algún provecho. Estas extravagancias
no prestan fuerza a las verdades pronunciadas, sino por el contrario
desagradan a hombres y mujeres de juicio claro y de conceptos ele-
vados. Es el deber de los hombres que se dedican al ministerio dejar
la conducta áspera y ruidosa por lo menos fuera del púlpito.—
El
Evangelismo, 464
.
Refine su decoro en el púlpito
—Se espera que el hombre de
Dios, el ministro de Cristo, esté completamente provisto de toda
buena obra. Un ministro pomposo, todo un dignatario, no hace
falta para tal obra. Pero el decoro es necesario en el púlpito. Un
ministro del Evangelio no debe ser descuidado en su actitud. Si es el
representante de Cristo, su porte, su actitud, sus gestos, deben ser
de tal carácter que no cause disgusto en el oyente. Los ministros
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deben ser refinados. Deben descartar todos los modales, actitudes y
gestos toscos, y deben buscar en ellos mismos un porte de humilde
dignidad.—
Testimonies for the Church 1:648, 649
.
La oratoria—La voz y la dicción
El esfuerzo anormal de la voz en un tono forzado cansa al
predicador y a la gente
—Muchos han errado al hacer largas ora-
ciones y largas predicaciones, en tono alto y forzando la voz, en una
tensión antinatural y un tono antinatural. El ministro se cansa sin
necesidad y realmente extenúa a la gente por medio de un duro y
trabajoso esfuerzo, que es del todo innecesario. Los ministros de-
bieran hablar de un modo que alcance e impresione a la gente. Las
enseñanzas de Cristo eran impresionantes y solemnes; su voz era