Página 234 - El Ministerio de Publicaciones (1997)

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El Ministerio de Publicaciones
Los empleados deben tener voz en la fijación de sueldos
Los que cambian el orden de las cosas establecido por Dios, con el
fin de poner en práctica el consejo de personas egoístas, se sentirán
inclinados a reducir los sueldos de obreros cuyo trabajo, a la vista
de Dios, es de tal naturaleza que a través de él, su influencia está
trayendo recursos a la tesorería para sostener su causa. Este proceder,
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ante el universo celestial y ante los seres humanos, revela el carácter
y la disposición de los hombres que manejan cosas sagradas. Y esos
mismos hombres, inspirados por el mismo espíritu, cuando detectan
la oportunidad de hacerlo, reducirán los salarios de los obreros de la
viña del Señor, sin su consentimiento, y sin comprender su situación
personal. Esta acción, en numerosos casos, coloca a las familias
en apreturas económicas, y los que tienen el poder en sus manos
saben muy poco acerca de cuáles podrían ser las consecuencias
de reducir los sueldos de los obreros. Los empleados de la causa
tienen el mismo derecho de expresarse en este sentido que el de los
empleados de diversos sectores del comercio.
La causa debe ser justa; debe negociar con una base de principios
rectos. Cada vez que se planee medidas como la reducción de los
salarios, debiera distribuirse una comunicación escrita que explique
la situación real. Luego pregúntese a los empleados si, bajo la presión
de la escasez de recursos en la institución, podrían vivir con menos
ingresos mensuales. Todos los convenios realizados con los que
trabajan al servicio de Dios debieran conducirse como transacciones
sagradas entre una persona y sus semejantes. Ningún hombre tiene
derecho de tratar a los que trabajan juntamente con Dios como
si fueran objetos inanimados que pueden manejar sin que tengan
oportunidad de expresar sus propios puntos de vista.—
Carta 31a,
1894
.
Tanto los dirigentes como los dirigidos deben practicar la
economía
—Mientras estaba en Salamanca, Nueva York, en noviem-
bre de 1890, se me presentaron muchas cosas. Se me mostró que
se estaba instroduciendo en la obra un espíritu que Dios no aprue-
ba. Mientras algunos aceptan sueldos elevados hay otros que han
trabajado fielmente durante años en su puesto y que sin embargo
reciben mucho menos. Se me ha mostrado repetidamente que no
debe alterarse el orden de Dios ni extinguirse el espíritu misionero...
Sé que hay quienes practican mucha abnegación para pagar sus
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