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El Ministerio de Publicaciones
Cristo se percataba de las posibilidades que había en todo ser hu-
mano. No se dejaba impresionar por una apariencia poco promisoria
o un ambiente desfavorable. Llamó a Mateo cuando estaba en el
banco de los tributos, y a Pedro y sus hermanos les pidió que dejaran
el bote del pescador para que aprendieran de él.—
La Educación,
231, 232
.
Se requiere energía y entusiasmo
—El entusiasmo es un ele-
mento importante de la obra educativa. En cuanto a esto, la ob-
servación hecha una vez por un celebrado actor contiene una útil
sugerencia. El arzobispo de Canterbury le había preguntado por qué
los actores al representar una comedia impresionaban tan notable-
mente al auditorio al referirse a cosas imaginarias, mientras que los
ministros del Evangelio impresionaban tan poco al suyo hablándoles
de cosas reales. “Con todo el respeto debido a vuestra eminencia—
contestó el actor—, permitidme deciros que la razón es sencilla: Es
el poder del entusiasmo. Nosotros hablamos en el escenario de cosas
imaginarias como si fueran reales, y vosotros en el púlpito habláis
de cosas reales como si fuesen imaginarias”.
El maestro trata en su trabajo con cosas reales, y debería hablar
de ellas con toda la fuerza y el entusiasmo que puedan inspirar el
conocimiento de su realidad e importancia.—
La Educación, 233
.
El poder del ejemplo de Jesús
—Practicaba lo que enseñaba.
“Porque ejemplo os he dado—dijo a los discípulos—, para que como
yo os he hecho vosotros también hagáis”. “Así como yo he guardado
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los mandamientos de mi Padre”. Así, las palabras de Cristo tuvieron
en su vida una ilustración y un apoyo perfectos. Y más aún, él
era lo que enseñaba. Sus palabras no sólo eran la expresión de la
experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter. No sólo
enseñó la verdad; él era la verdad. Eso fue lo que dio poder a su
enseñanza.
Cristo reprendía fielmente. Nunca vivió otro que odiare tanto el
mal, ni cuyas acusaciones fuesen tan terribles. Su misma presencia
era un reproche para todo lo falso y lo bajo. A la luz de su pureza,
los hombres veían que eran impuros, y que el blanco de su vida era
despreciable y falso. Sin embargo, él los atraía. El que había creado
al hombre, apreciaba el valor de la humanidad. Delataba el mal como
enemigo de aquellos a quienes trataba de bendecir y salvar. En todo
ser humano, cualquiera fuera el nivel al cual hubiese caído, veía