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Actividades en el oeste de Nueva York en 1848
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mucho dolor de cabeza. Le recomendamos que fuera al Señor, el gran
Médico, quien la sanaría de su aflicción. Decidió hacerlo, y tuvimos
una reunión de oración en su favor. Abandonó completamente el
rapé; sus dificultades resultaron grandemente aliviadas, y desde ese
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tiempo su salud fue mejor de lo que había sido durante años.
Mientras estábamos en la casa del Hno. Harris tuve una entrevis-
ta con una hermana que usaba joyas de oro y sin embargo profesaba
esperar la venida de Cristo. Le hablamos de las declaraciones ex-
presas de la Escritura contra el uso de joyas. Pero ella se refirió a la
ocasión en que se le ordenó a Salomón embellecer el templo, y a la
declaración de que las calles de la ciudad de Dios eran de puro oro.
Afirmó que si podíamos mejorar nuestra apariencia usando joyas,
de manera que pudiéramos tener influencia en el mundo, esto estaba
correcto. Le repliqué que nosotros éramos pobres mortales caídos,
y que en lugar de decorar nuestros cuerpos porque el templo de
Salomón estaba gloriosamente adornado, debemos recordar nuestra
condición caída y que costó el sufrimiento y la muerte del Hijo de
Dios para redimirnos. Este pensamiento debe causar en nosotros un
sentimiento de humillación. Jesús es nuestro modelo. Si él abando-
nara su humillación y sufrimientos, y clamara: “Si alguien quiere
venir en pos de mí, agrádese a sí mismo, y goce del mundo, y será
mi discípulo”, la multitud lo creería y le seguiría. Pero Jesús no se
nos presenta de otra manera que como el humilde crucificado. Si
queremos estar con él en el cielo, debemos ser como él fue en la
tierra. El mundo reclamará a aquellos que le pertenecen. Y quien
quiera ser vencedor, debe abandonar lo que es mundano.
Visita a la casa del Hno. Abbey, en Brookfield
Al día siguiente proseguimos nuestro viaje en barco, y llega-
mos hasta el condado de Madison, Estado de Nueva York. Dejamos
entonces el barco, alquilamos un carruaje, y recorrimos cuarenta
kilómetros hasta Brookfield, donde estaba el hogar del Hno. Ira Ab-
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bey. Siendo que era viernes de tarde cuando llegamos a la casa, se
propuso que uno de nosotros fuera a la puerta e hiciera las averi-
guaciones del caso, de manera que si nos veíamos chasqueados en
nuestra esperanza de recibir la bienvenida, pudiéramos regresar con
el mismo conductor, y pasar el sábado en un hotel.