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Visitando a la Grey esparcida
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Sobreponiéndonos al desaliento
La primera noche después de llegar al lugar de la reunión, el
desaliento sobrecogió mi ánimo. Traté de vencerlo, pero me parecía
imposible dominar mis pensamientos. Me apesadumbraba el recuer-
do de mis pequeñuelos. Habíamos tenido que dejar en el Estado
de Maine a uno de dos años y ocho meses, y a otro, en el Estado
de Nueva York, de nueve meses de edad. Acabábamos de efectuar
con gran fatiga un viaje molesto, y yo pensaba en las madres que
en sus tranquilos hogares disfrutaban de la compañía de sus hijos.
Recordaba nuestra vida pasada y me acudían a la mente las frases de
una hermana que algunos días antes me había dicho que debía ser
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muy agradable viajar por el país sin ninguna preocupación. Esa era
la clase de vida que a ella le gustaría llevar. En ese momento preciso,
mi corazón se sentía anheloso por mis hijos, especialmente por el
pequeñuelo de Nueva York, y acababa de salir de mi dormitorio,
donde había estado batallando con mis sentimientos, y, anegada en
lágrimas, había buscado al Señor en demanda de fuerzas para acallar
toda queja, de modo que alegremente pudiese negarme a mí misma
por causa de Jesús.
En este estado de ánimo me quedé dormida, y soñé que un ángel
alto se ponía a mi lado y me preguntaba por qué estaba triste. Le
referí los pensamientos que me habían conturbado, y dije: “¡Puedo
hacer tan poco bien! ¿Por qué no podemos estar con nuestros peque-
ñuelos y disfrutar de su compañía?” El ángel respondió: “Has dado
al Señor dos hermosas flores cuya fragancia le es tan grata como
suave incienso, y más valiosa a sus ojos que el oro y la plata, porque
es ofrenda de corazón. Este sacrificio conmueve todas las fibras del
corazón como ningún otro. No debes mirar las presentes apariencias,
sino atender únicamente a tu deber, para la sola gloria de Dios, y
según sus manifiestas providencias. De este modo el sendero se
iluminará ante tus pasos. Toda abnegación, todo sacrificio se anota
fielmente y tendrá su recompensa”.
En el este del Canadá
La bendición del Señor acompañó nuestra conferencia de Sutton,
y una vez terminada la reunión, proseguimos nuestro viaje hacia el