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Traslado a Míchigan
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Señor se dignó escuchar nuestras ardientes súplicas, y mi esposo
empezó a mejorar. Y no puedo expresar mejor los sentimientos que
entonces me embargaban, que por la transcripción de los siguientes
extractos de una carta que escribí a la Hna. Howland:
“Me siento agradecida por tener ahora a mis hijos conmigo, ba-
jo mi propio cuidado
Durante unas cuantas semanas he venido
sintiendo hambre y sed de salvación, y hemos gozado casi sin in-
terrupción de la comunión con Dios. ¿Por qué quedarnos alejados
del manantial cuando podemos ir a él y beber? ¿Por qué morirnos
por falta de pan, cuando hay un granero lleno, abundante y gratui-
to? ¡Oh, alma mía, sáciate en él, y bebe diariamente de los goces
celestiales! No callaré. La alabanza a Dios está en mi corazón y
sobre mis labios. Podemos regocijarnos con la plenitud del amor de
nuestro Salvador. Podemos regalarnos con su excelente gloria. Mi
alma da testimonio de ellos. Mi lobreguez ha sido disipada por esta
preciosa luz, y nunca podré olvidarlo. Señor, ayúdame a recordarte
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vivamente. ¡Despertaos, energías todas de mi alma! ¡Despierta, oh
alma, y adora a tu Redentor por su prodigioso amor!
“Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden decir pala-
bras acerbas, y fraguar con la lengua calumnias, engaños y mentiras;
no nos conmoveremos. Sabemos en quién creímos. No hemos corri-
do en vano, ni trabajado en vano. Llegará un día de ajuste de cuentas,
en que todos serán juzgados según las obras hechas en el cuerpo. Es
cierto que el mundo es oscuro. Puede fortalecerse la oposición. Pue-
den envalentonarse en su iniquidad el burlador y el escarnecedor. Sin
embargo, por ninguna de estas cosas seremos conmovidos, sino que
para obtener fuerza nos apoyarémos en el brazo del Omnipotente”.
Cambio de condiciones
Desde que nos trasladamos a Battle Creek, el Señor volvió fa-
vorables nuestras condiciones adversas. En Míchigan encontramos
cariñosos amigos dispuestos a compartir nuestras cargas y proveer
a nuestras necesidades. Antiguos y probados amigos del centro de
Nueva York, Nueva Inglaterra y, especialmente, de Vermont, sim-
Cuando regresaron a su hogar en Rochester, después de una gira por el este, en el
otoño de 1853, el pastor White y su esposa trajeron consigo a su hijo mayor Enrique,
quien durante cinco años había sido atendido con ternura por los Hnos. Howland.