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Notas biográficas de Elena G. de White
Sesiones de oración y bendiciones
Tres veces al día dedicábamos un período especial a la oración
para que el Señor devolviera la salud a mi esposo y para que su
gracia nos sustentara en la hora de nuestra aflicción. Estas reuniones
de oración significaban mucho para nosotros. Nuestros corazones
muy a menudo se inundaban de indecible gratitud al pensar que en la
hora de la adversidad teníamos un Padre celestial en quien podíamos
confiar sin temor alguno.
El cuatro de diciembre de 1865, mi esposo pasó la noche muy
mal. Oré junto a su cama, como de costumbre, pero no fue la volun-
tad del Señor aliviarlo esa noche. Mi esposo estaba muy preocupado.
Pensaba que iba a morir, pero decía que no tenía temor a la muerte.
Yo también estaba muy preocupada. No creía ni por un momento
que mi esposo moriría. Pero ¿cómo se le podría inspirar fe? Rogué
a Dios para que me guiara y no me permitiera cometer ningún error,
sino que me diera sabiduría para hacer lo correcto. Cuanto más
fervientemente oraba, más fuerte era mi impresión de que debía
llevar a mi esposo junto a sus hermanos, aun cuando tuviéramos que
regresar de nuevo a Dansville.
El Dr. Lay llegó en la mañana y yo le dije que, al menos que se
advirtiera una notable mejoría en mi esposo a lo sumo en las dos o
tres siguientes semanas, yo me lo llevaría a mi casa. El me contestó:
“Ud. no puede llevarlo a la casa. El no podría soportar un viaje tan
incómodo”. Yo le respondí: “Nosotros nos vamos. Me llevaré a mi
esposo por fe, confiando en Dios; haremos nuestra primera parada
en Rochester, donde estaremos por algunos días; luego pasaremos a
Detroit, y si es necesario nos detendremos también allí por algunos
días para descansar, y después nos dirigiremos a Battle Creek”.
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Este fue el primer indicio que mi esposo tuvo de mis intenciones.
Pero no dijo ni una palabra. Esa noche empaquetamos nuestras
maletas, y a la mañana siguiente ya estábamos de camino. Mi esposo
viajaba muy cómodamente.
Durante las tres semanas que permanecimos en Rochester, la
mayor parte del tiempo la pasamos en oración. Mi esposo sugirió
que pidiéramos al pastor J. N. Andrews que viniera desde Maine, y a
la hermana Lindsay, desde Olcott; y que los hermanos de Roosevelt
que tuvieran suficiente fe en Dios y sintieran la necesidad de hacerlo,