Capítulo 30—Viajando por el camino angosto
Mientras estaba en Battle Creek, en agosto de 1868, soñé que
estaba con un gran grupo de personas. Una porción de esta asam-
blea comenzó un viaje. Teníamos carruajes pesadamente cargados.
Mientras viajábamos, el camino parecía ascender. A un lado de este
camino había un profundo precipicio; del otro lado había un muro
blanco, alto y liso, como el que hay en las habitaciones revocadas.
A medida que proseguíamos el viaje, el camino se hacía más
angosto y más alto. En algunos lugares parecía tan estrecho que
llegamos a la conclusión de que no podíamos viajar más en ca-
rros cargados. De manera que soltamos los caballos, tomamos una
porción del equipaje de los carros, la colocamos sobre ellos, y pro-
seguimos, cabalgando.
Al continuar, la senda siguió angostándose. Nos vimos obliga-
dos a pegarnos lo más cerca posible del muro, para evitar caer del
estrecho camino al profundo precipicio. Al hacer esto, el bagaje que
estaba sobre los caballos raspaba el muro y hacía que nos ladeára-
mos hacia el precipicio. Temíamos caer, y ser hechos añicos sobre
las rocas. Sacamos entonces el equipaje de encima de los caballos, y
éste cayó en el precipicio. Continuamos a caballo y al llegar a los
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lugares más estrechos en el camino teníamos mucho temor de perder
el equilibrio y caer. En tales ocasiones, una mano parecía tomar las
riendas y guiarnos por el camino peligroso.
Como la senda se hacía más estrecha aún, decidimos que no
podíamos viajar seguros cabalgando; dejamos los caballos y conti-
nuamos a pie, de a uno, cada cual siguiendo los pasos del anterior.
En este punto parecieron descolgarse unas cuerdas pequeñas del alto
muro blanco. Las tomamos con ansiedad, para que nos ayudaran a
guardar el equilibrio por la senda. A medida que viajábamos, la cuer-
da se movía con nosotros. Por fin el sendero se hizo tan angosto que
llegamos a la conclusión de que podíamos viajar con más seguridad
sin zapatos ni medias. Nos los quitamos y viajamos descalzos.
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