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Viajando por el camino angosto
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Entonces pensamos en aquellos que no se habían acostumbra-
do a soportar privaciones y durezas. ¿Dónde estaban ahora? No se
hallaban en el grupo. Cada vez que el camino cambiaba, algunos
quedaban atrás, y permanecían solamente los que estaban acostum-
brados a soportar vicisitudes. Las privaciones del camino solamente
hacían que estas personas estuvieran más ansiosas de proseguir hasta
el fin.
Nuestro peligro de caer del sendero aumentaba. Nos pegamos
a la pared blanca y sin embargo no podíamos colocar nuestros pies
completamente en el sendero, porque era demasiado angosto. En-
tonces suspendimos todo nuestro peso de las cuerdas exclamando:
“¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos sostienen desde arriba!” Las
mismas palabras fueron pronunciadas por todos los miembros del
grupo que marchaba por el estrecho sendero. Al escuchar el ruido de
la alegría y la rebelión que parecía provenir del abismo que estaba
debajo, nos estremecíamos. Oíamos juramentos profanos, chistes
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vulgares y cantos bajos y viles. Oíamos cantos de guerra y cantos de
baile. Oíamos instrumentos musicales y risotadas ruidosas, mezcla-
das con maldiciones y clamores de angustia y de amargo lamento.
Entonces aumentaba más que nunca nuestra ansiedad por mante-
nernos en el estrecho y difícil sendero. Gran parte del tiempo nos
veíamos obligados a suspendernos completamente de las cuerdas,
que aumentaban en tamaño a medida que progresábamos.
Yo noté que el hermoso y blanco muro estaba manchado de
sangre. Producía un sentimiento de lástima ver la pared así man-
chada. Eete sentimiento sin embargo, duró sólo un momento, pues
pronto pensé que todo era como debía ser. Los que seguían detrás
sabían que otros habían pasado por la senda estrecha y difícil antes
que ellos, y concluían que si a otros les fue posible proseguir su
marcha hacia adelante, ellos podrían hacer lo mismo. Y cuando la
sangre comenzara a manar de sus doloridos pies, no desmayarían
con desánimo; sino que, viendo la sangre sobre la pared, sabrían que
otros habían resistido la misma dificultad.
Por fin llegamos a un gran precipicio, en el cual terminaba nues-
tro camino. No había nada ahora para guiar nuestros pies, nada sobre
lo cual dejarlos descansar. Nuestra entera confianza debía estar en
las cuerdas, que habían aumentado en tamaño hasta ser tan gruesas
como nuestros cuerpos. En este punto nos acosó durante un tiempo