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Notas biográficas de Elena G. de White
Mi esposo trabajaba incesantemente para hacer progresar los
intereses de la causa de Dios en los varios departamentos de la obra
que tenían su centro en Battle Creek. Antes que nos diéramos cuenta
de ello, él estaba muy gastado físicamente. Una mañana temprano
empezó a sentir vértigos y desvanecimientos, y estaba amenazado
por la parálisis. Teníamos mucho temor de esta terrible enfermedad;
pero el Señor fue misericordioso, y nos ahorró esta aflicción. Sin
embargo, su ataque fue seguido de una postración física y mental
muy grande; y ahora, por cierto, parecía imposible que asistiéramos
a los congresos campestres del Este, o que yo estuviera presente en
ellos, dejando a mi esposo deprimido en espíritu y con una salud
débil.
Sin embargo yo no podía encontrar descanso y libertad en el pen-
samiento de permanecer ausente del campo de trabajo. Presentamos
el asunto al Señor en oración. Sabíamos que el poderoso Sanador
podía restaurar a ambos, a mi esposo y a mí, para que tuviéramos
salud, si era para su gloria hacerlo. Ambos decidimos marchar por
fe, y aventurarnos amparados por las promesas de Dios.
Los congresos campestres del este
Cuando llegamos al campo donde se realizaba el congreso de
Groveland, Massachusetts, encontramos una excelente reunión. Ha-
bía 47 carpas en los terrenos, además de tres grandes tiendas. La que
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se usaba para la congregación era de unos 27 metros de ancho por
42 de largo. Las reuniones del sábado revistieron el más profundo
interés. La iglesia revivió y fue fortalecida, mientras los pecadores y
los que se habían apartado despertaban a la sensación del peligro en
que se hallaban.
El domingo por la mañana, barcos y trenes volcaron su carga
viva en el campo por millares. El pastor Smith habló por la mañana
sobre la cuestión del Oriente. El tema era de especial interés, y la
gente escuchó con la más ferviente atención.
Por la tarde me fue difícil abrirme paso hasta el púlpito por
entre la multitud de los que estaban de pie. Cuando llegué a la
plataforma, tenía frente a mí un mar de cabezas. La gigantesca carpa
estaba llena; los miles que estaban de pie afuera constituían un muro
viviente de varios metros de espesor. Me dolían mucho los pulmones