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Notas biográficas de Elena G. de White
futuro parece ser nublado e incierto, pero el Señor no quiere que
nos aflijamos acerca de estas cosas. Cuando vengan las pruebas, él
nos dará la gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para
nosotros, y lo que él ha hecho por nosotros, debe hacernos sentir tan
agradecidos que nunca murmuremos ni nos quejemos.
“Me ha parecido duro que se juzgaran mal mis motivos, y que mis
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mejores esfuerzos para ayudar, animar y fortalecer a mis hermanos,
una y otra vez se hayan usado contra mí. Pero debía haber recordado
a Jesús y sus chascos. Su alma fue agraviada al no ser apreciado
por aquellos por quienes había venido a bendecir. Debía haberme
espaciado en la misericordia y la bondad de Dios, alabándolo más,
y quejándome menos de la ingratitud de mis hermanos. Si alguna
vez hubiera dejado todas mis perplejidades con el Señor, pensando
menos en lo que otros decían y hacían contra mí, habría tenido más
paz y gozo. Ahora trataré de guardarme para no ofender ni de palabra
ni con acciones, y luego trataré de ayudar a mis hermanos a dar pasos
en la dirección correcta. No me detendré a lamentar ningún mal que
se me haya hecho. He esperado de los hombres más de lo que debía.
Amo a Dios y a su obra, y amo también a mis hermanos”.
Poco me imaginaba yo, mientras viajábamos, que éste había de
ser el último viaje que haríamos juntos. El tiempo cambió repenti-
namente de un calor opresivo a un frío cortante. Mi esposo tomó
frío, pero pensó que su salud era tan buena que no recibiría daño
permanente. Trabajó en las reuniones que se realizaron en Charlotte,
presentando la verdad con gran claridad y poder. Habló del placer
que sentía de dirigirse a hermanos que manifestaban un interés tan
profundo en los temas más queridos para él. “El Señor ciertamente
ha refrigerado mi alma—dijo él—mientras he estado compartien-
do con otros el pan de vida. Desde todas partes de Míchigan los
hermanos están pidiendo ansiosamente que los ayudemos. ¡Cómo
anhelo consolar, animar y fortalecer a los hermanos en las preciosas
verdades aplicables a este tiempo!”
A nuestro regreso a casa, mi esposo se quejó de una ligera indis-
posición, y sin embargo se entregó a su trabajo como de costumbre.
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Cada mañana íbamos al bosquecillo cercano a nuestra casa, y nos
uníamos en oración. Estábamos ansiosos por conocer nuestro deber.
Constantemente llegaban cartas desde diferentes lugares, instán-
donos a asistir a congresos campestres. A pesar de nuestra deter-