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La muerte del pastor Jaime White
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minación de dedicarnos a escribir, era difícil rechazar el reunirnos
con nuestros hermanos en estas asambleas importantes. Con fervor
rogábamos recibir sabiduría para conocer cuál era el proceder más
correcto.
El sábado de mañana, como de costumbre, fuimos al bosquecillo,
y mi esposo oró con todo fervor tres veces. No parecía dispuesto a
cesar de interceder delante de Dios por una dirección y una bendición
especiales. Sus oraciones fueron oídas, y recibimos paz y luz en
nuestros corazones. El alabó a Dios y dijo: “Ahora le entrego todo
a Jesús. Siento una paz dulce y celestial, una seguridad de que el
Señor nos mostrará nuestro deber, porque nosotros deseamos hacer
su voluntad”. Me acompañó al Tabernáculo [la iglesia adventista
de Battle Creek], e inició los servicios con canto y oración. Era la
última vez que había de ponerse en pie a mi lado en el púlpito.
El lunes siguiente comenzó a sufrir severos escalofríos, y al día
siguiente también yo fui atacada. Fuimos llevados juntos al sanatorio
para recibir tratamiento. El médico entonces me informó que mi
esposo tenía la tendencia a dormirse y que estaba en peligro. En
seguida me llevaron a su cuarto, y tan pronto como observé su rostro
me di cuenta de que se estaba muriendo. Traté de despertarlo. El
entendía todo lo que se le decía, y respondía a todas las preguntas
que podían ser contestadas con sí o con no, pero parecía que era
imposible que pudiera decir nada más. Cuando le dije que yo creía
que se estaba muriendo, no manifestó ninguna sorpresa. Le pregunté
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si Jesús era precioso para él. Dijo: “Sí, oh sí”. “¿No tienes deseos
de vivir?”, le pregunté entonces. El contestó: “No”. Entonces nos
arrodillamos junto a su cama, y oramos por él. Una expresión de paz
descansaba en su rostro. Le dije: “Jesús te ama. Debajo de ti están
sus brazos eternos”. Contestó: “Sí, sí”.
El Hno. Smith y otros hermanos oraron entonces en torno a su
cama, y se retiraron para pasar gran parte de la noche en oración. Mi
esposo dijo que no sentía ningún dolor; pero evidentemente estaba
decayendo con rapidez. El Dr. Kellogg y sus ayudantes hicieron todo
lo que estaba a su alcance para arrebatarlo de la muerte. Revivió con
lentitud, pero continuó muy débil.
A la mañana siguiente pareció revivir débilmente, pero cerca del
mediodía tuvo unos escalofríos que lo dejaron inconsciente. A las