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Notas biográficas de Elena G. de White
de la muerte de mi esposo, soporté el viaje mejor de lo que había
esperado. Llegamos a Boulder, Colorado, el jueves 25 de agosto, y
al siguiente domingo salimos de ese lugar en un carruaje privado
hacia nuestro hogar en las montañas.
“Desde nuestra casa de campo podía mirar los bosques de pinos
jóvenes, tan frescos y fragantes que perfumaban el aire con su aroma
delicioso. En años anteriores, mi esposo y yo hicimos de este bosque
nuestro santuario. En estas montañas a menudo nos arrodillamos
juntos en adoración y súplica. Me rodeaban por todas partes los
lugares que habían sido bendecidos de esta manera; y al observarlos,
podía recordar muchos casos en los cuales recibimos bendiciones
directas y notables en respuesta a la oración...
“¡Cuán cerca parecíamos estar de Dios, cuando a la luz brillante
de la luna nos postrábamos en la ladera de alguna montaña solitaria
para pedir las bendiciones necesarias de manos del Señor! ¡Qué
fe y qué confianza eran las nuestras! Los propósitos de amor y
misericordia de Dios parecían revelarse más plenamente, y sentíamos
la seguridad de que nuestros pecados y errores eran perdonados. En
tales oportunidades veía el rostro de mi esposo iluminado con una
luz radiante que parecía reflejarse del trono de Dios, mientras que
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con una voz cambiada alababa al Señor por las ricas bendiciones de
su gracia. En medio de las tinieblas de la tierra, todavía podíamos
discernir por todas partes los rayos brillantes de la fuente de la luz.
Por medio de las obras de la creación comulgábamos con Aquel
que habita la eternidad. Al mirar las rocas enhiestas y las altas
montañas, exclamábamos: ‘¿Dónde hay un Dios tan grande como
nuestro Dios?’
“Rodeados, como siempre lo estábamos, de dificultades, carga-
dos de responsabilidades, finitos, débiles, y en el mejor de los casos,
mortales errantes, a veces estábamos por ceder a la desesperación.
Pero cuando considerábamos el amor de Dios y su cuidado por sus
criaturas, tal como se revelan en el libro de la naturaleza y en las pági-
nas de la inspiración, nuestros corazones se consolaban y fortalecían.
Rodeados por las evidencias del poder de Dios y por su presencia, no
podíamos albergar ninguna desconfianza o incredulidad. ¡Oh, cuán
a menudo la paz, la esperanza y el gozo nos inundaron en nuestra
experiencia en medio de estas rocosas soledades!