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Fortaleza bajo la aflicción
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“He estado otra vez entre las montañas, pero sola. ¡Nadie para
compartir mis pensamientos y sentimientos mientras observaba una
vez más aquellas grandiosas y terribles escenas! ¡Sola, sola! Los
caminos de Dios parecen misteriosos, sus propósitos inescrutables.
Sin embargo yo sé que deben ser justos, sabios y misericordiosos. Es
mi privilegio y mi deber esperar pacientemente en él, y el lenguaje
de mi corazón en todo el tiempo es el siguiente: ‘Dios hace todas
las cosas bien’...
“La muerte de mi esposo fue un duro golpe para mí. Lo sentí más
agudamente porque fue repentino. Al ver el sello de la muerte sobre
su rostro, mis sentimientos eran casi insoportables. Anhelaba llorar
en voz alta en mi angustia. Pero sabía que esto no salvaría la vida de
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mi amado, y creía que no era cristiano entregarme al dolor. Busqué
ayuda y consuelo de arriba, y las promesas de Dios se cumplieron
en mi caso. La mano del Señor me sostuvo...
“Aprendamos una lección de valor y fortaleza de la última en-
trevista de Cristo con sus apóstoles. Estaban por separarse. Nuestro
Salvador estaba entrando en el sendero ensangrentado que lo condu-
ciría al Calvario. Nunca hubo una escena más probadora que aquella
por la cual pronto había de pasar. Los apóstoles habían oído las
palabras de Cristo en las que predecía sus sufrimientos y su muerte,
y sus corazones estaban apesadumbrados por el dolor, pero sus men-
tes estaban distraídas con la duda y el temor. Sin embargo no hubo
llanto en voz alta; nadie se abandonó a la aflicción. Aquellas horas
finales, solemnes y decisivas, fueron empleadas por nuestro Salva-
dor para hablar palabras de consuelo y seguridad a sus discípulos, y
entonces todos se unieron en un himno de alabanza... ¡Qué preludio
a la agonía del Getsemaní, al abuso y escarnio de la sala de juicio
y a las terribles escenas del Calvario, fueron aquellas últimas horas
empleadas en cánticos de alabanza al Altísimo!
“Cuando Martín Lutero recibía noticias desanimadoras a menudo
decía: ‘Venid, vamos a cantar el
Salmos 46
’. Este salmo comienza
con las palabras: ‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto
auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra
sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar’. En lugar
de lamentos, lloro y desesperación, cuando las pruebas se acumulan
sobre nosotros y nos amenazan como una inundación que quisiera
abrumarnos, si no solamente oráramos pidiendo ayuda a Dios, sino