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Notas biográficas de Elena G. de White
hablaré con fe. Si hablamos de las cosas como se ven, nos desanima-
mos. Hemos de aventurarnos a roturar el suelo, y arar con esperanza
y con fe. Veríamos una medida de prosperidad delante de nosotros
si todos trabajaran inteligentemente y se esforzaran fervientemente
para poner la semilla. Las presentes apariencias no son halagüeñas,
pero según toda la luz que puedo obtener, veo que ahora es el tiempo
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de la siembra. El trabajar el terreno es nuestro libro de texto, pues
exactamente de la manera en que tratamos los campos con la espe-
ranza de futuros beneficios, debemos sembrar este suelo misionero
con la semilla de la verdad’.
“Recorrimos toda la extensión de los terrenos que estábamos
cultivando. Entonces regresamos, conversando mientras caminába-
mos; y vi que las viñas que habíamos pasado llevaban fruto. Dijo mi
esposo: ‘La fruta está lista para ser recogida’.
“Cuando llegué a otro sendero, yo exclamé: ‘Mira, mira las
hermosas fresas. No necesitamos esperar hasta mañana para verlas’.
Al recoger la fruta, dije: ‘Yo pensé que estas plantas eran inferiores,
y que apenas valían la molestia de colocarlas en la tierra. Nunca
esperé una cosecha tan abundante’.
“Mi esposo dijo: ‘Elena, ¿te acuerdas cómo, cuando entramos
por primera vez en el campo de Míchigan y viajamos en carro a
diferentes localidades para encontrarnos con humildes grupos que
observaban el sábado, las perspectivas parecían tan prohibitivas?
En el calor del verano nuestro dormitorio era a menudo la cocina,
donde habíamos cocinado durante el día, y no podíamos dormir. ¿Te
acuerdas cómo, en un caso, nos perdimos, y cuando no podíamos
encontrar agua, te desmayaste? Con un hacha prestada nos abrimos
camino a través de la selva hasta que llegamos a una casucha de
troncos, adonde se nos dio un poco de pan y leche y alojamiento
para la noche. Oramos y cantamos con la familia, y por la mañana
les dejamos nuestros folletos.
“‘Nos sentíamos muy atribulados por esta circunstancia. Nuestro
guía conocía el camino, y no podíamos entender que nos perdié-
ramos. Años después, en un congreso, varias personas nos fueron
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presentadas y estas nos contaron su historia. Esa visita hecha, según
pensábamos, por error, y ese libro que dejamos, era una semilla
sembrada. En total veinte fueron convertidos por lo que nosotros