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Comienzo de mis actividades públicas
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denación, y que el Espíritu del Señor me había abandonado para
siempre.
Visión de Jesús
Poco tiempo después tuve otro sueño. Me veía sentada con
profunda desesperación, con el rostro oculto entre las manos, y me
decía reflexionando: Si Jesús estuviese en la tierra iría a postrarme
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a sus pies y le manifestaría mis sufrimientos. El no me rechazaría.
Tendría misericordia de mí, y yo le amaría y serviría por siempre.
En aquel momento se abrió la puerta y entró un personaje de
un aspecto y un porte hermosos. Me miró compasivamente y dijo:
“¿Deseas ver a Jesús? Aquí está, y puedes verlo si quieres. Toma
cuanto tengas y sígueme”.
Oí estas palabras con indecible gozo, y alegremente recogí cuan-
to poseía, todas las cositas que apreciaba, y seguí a mi guía. Me
condujo a una escalera escarpada y en apariencia quebradiza. Al
empezar a subir los peldaños el guía me advirtió que mantuviera la
vista en alto, pues de lo contrario corría el riesgo de desmayar y caer.
Muchos otros que trepaban por la escalera caían antes de llegar a la
cima.
Y finalmente llegamos al último peldaño y nos detuvimos frente
a una puerta. Allí el guía me indicó que dejase cuanto había traído
conmigo. Yo lo depuse todo alegremente. Entonces el guía abrió la
puerta y me mandó entrar. En un momento estuve delante de Jesús.
No cabía error, pues aquella hermosa figura, aquella expresión de
benevolencia y majestad, no podían ser de otro. Al mirarme él, yo
comprendí en seguida que él conocía todas las vicisitudes de mi vida
y todos mis íntimos pensamientos y emociones.
Traté de resguardarme de su mirada, pues me sentía incapaz
de resistirla; pero él se me acercó sonriente y, posando su mano
sobre mi cabeza, dijo: “No temas”. El dulce sonido de su voz hizo
vibrar mi corazón con una dicha que no había experimentado hasta
entonces. Estaba yo por demás gozosa para pronunciar palabra, y
así fue como, profundamente conmovida, caí postrada a sus pies.
Mientras que allí yacía impedida, presencié escenas de gloria y
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belleza que pasaban ante mi vista, y me parecía que había alcanzado
la salvación y la paz del cielo. Por último, recobradas las fuerzas,